Llegar al segundo destino es sencillo. Buenas carreteras en viaje desde La Habana a lo largo de 189 km. Las tardes desde el Mirador de Los Jazmines, en verano, es alrededor de las 8 pm y en invierno a las 7 pm. La puesta del sol es muy singular y hace cambiar los colores del Valle.
Cuando la madrugada es muy calurosa, una capa blanca adorna los pináculos verdes, que luchan por emerger de entre el mar de nubes persistentes. Aún en la mitad matinal del día, empapan al criollo caballo que resiste el peso del recio jinete, con machete a la cintura y sobrero de guano, cubre las espaldas un saco y se hace acompañar de un perro pinto de cacería.
El guajiro cada amanecer atraviesa el valle en dirección a sus tierras para la faena diaria. Cual quijote solitario se mueve entre mogotes y arroyos. Bordea tabacales y cultivos de malangas. Se pierde en la bruma a todo lo ancho del legendario Valle de Viñales o de la Pájara Pinta, como lo denominó la escritora Dora Alonso.
En la mañana recorrer Viñales, permite conocer escenarios de altos valores estético-escénicos, con una conservada biodiversidad. La Unesco lo incluyó en la relación del Patrimonio Mundial, en la categoría de Paisaje Cultural de la Humanidad.
Hoy ha sido declarado Parque Nacional. La exclusividad de sus mogotes y sierras calcáreas, dan paso a los más atrevidos practicantes de los deportes de aventura, los escaladores.
Las riquezas de sus moluscos y la presencia de los fósiles conocidos como: ammonites, peces, plantas y saurios delimitan el Jurásico en el país. En la región se puede escalar mogotes, hacer espeleología, cicloturismo, montar a caballos, entrar en contacto con sus habitantes y conocer de sus costumbres.
En Viñales se pueden explorar durante meses, sin llegar a descubrir todos sus misterios. En fin, Viñales es el lugar que todo humano soñaría como morada final, como expresó Dora Alonso. “Quiero terminar mis días contemplando el Valle de Viñales”.