Cuando llegó el nuevo coronavirus a Cuba, no tuve necesidad de correr para hacerme de un nasobuco, pues ya lo tenía para usarlo durante mis trabajos en aquellas cuevas donde se hacinan los murciélagos; no por ellos, sino por los enjambres de unos pequeños dípteros que, atraídos por la luz de las lámparas frontales, suelen introducirse en las narices.
Aunque me dificultan la respiración, no dejo de comprender cuán importante resultan en la actual pandemia, que los ha convertido en el primero y más eficaz preventivo a nivel global.
El nasobuco, cuyo uso al comenzar la COVID-19 en Cuba fue discreto y hasta tímido, se ha generalizado, más aun, se ha hecho obligatorio. Hasta las personalidades públicas de la nación los llevan ejemplarmente en sus comparecencias televisivas.

También es cierto que tiene muchas ventajas adicionales.
Por ejemplo, los pillos andan con placemiento pues les han proporcionado el antifaz por decreto.
Y otra cosa, es muy importante para los viejos pues les disimula la edad. Pancha y yo lo somos y vivimos únicos en nuestra casa, de modo que alguno debe salir en busca de las vituallas y lo hace ella, que tiene tremendo talento para comprar bueno y barato; pero ocurre que los ancianos —más vulnerables a complicarse con la enfermedad— no deben andar en la calle, y a veces es interceptada por las autoridades para conminarla a regresar a la vivienda, pero ella les tiene preparada la respuesta con algo de zalamería:
«Ven acá, chico… ¡Acaso me ves tan vieja con mis cincuenta y tres añitos!».
Y le creen, ayudada por el pelo suelto, la pantaleta Couture, las sandalias metededos y, por supuesto, el nasobuco.
Esta mascarilla, además, va convirtiéndose en moda. Las he visto de colores en combinación con la vestimenta, ornamentadas con letreritos, corazones flechados y bocas sonrientes —como la de Joker—. Pienso que hasta sería posible que el nasobuco sobreviva a la pandemia. Hace pocos días, sentados de noche en el balcón de la casa, nos pasó cerca un murciélago volando, Pancha se viró rápida hacia mí y soltó:
« ¡Eh, mira a ese loco… sin nasobuco…!»
Afortunadamente, esta vez los murciélagos parecen escapar de la satanización en la que regularmente se ven involucrados en brotes, epidemias y pandemias sufridas por los humanos. Aunque estudios realizados indican algún parecido entre SARS-CoV-2 y coronavirus presentes en murciélagos, como hospederos naturales, de ningún modo son concluyentes para justificar persecuciones y matanzas de estos animales, que, contrariamente, son sumamente beneficiosos al hombre.
Del mismo modo que el curso escolar, el transporte público y las actividades prescindibles, la espeleología está detenida, pues solo el aislamiento, el dominio psicológico y el ahorro de todo ganarán esta batalla.
En relación con lo último rememoro, practico y divulgo la máxima de Buda:
«El rico no es el que vive con mucho, sino el que se complace haciéndolo con poco»
Estamos en casa, encuevados como los murciélagos, extrañando las salidas al campo y los estudios bioespeleológicos; los baños en la cercana playa y el vino en las tardes del malecón.
No obstante, seguimos un programa para paliar el encierro: ejercicios físicos, escudriñar lo hecho durante muchos años con los quirópteros, leer, escribir, tocar la guitarra, ver películas y documentales…
El mundo clama por el milagroso medicamento que ponga fin a esta contienda mundial, y a ello están enfrascados los más sofisticados laboratorios del planeta. Ahora, sin embargo, de nuevo tenemos que reconocer a Darwin, viendo cómo la evolución indetenible modifica y adapta.
Los virus son los «parásitos» más degenerados.
Solo pueden metabolizar y autoreproducirse dentro de células vivas de algunos animales.
Los SARS-CoV-2 han evolucionado para infectar a los seres humanos y así perpetuar su inane (ligera) estructura de complicadas substancias químicas.
Los virus, presuntamente, se han desarrollado a partir de formas de vida libre hacia una degeneración tal que son reconocidos en lo más inferior de la escala viviente, y ha hecho que muchos científicos los excluyan como seres vivos, a pesar de comportarse exitosamente como organismos vitales en el protoplasma, al multiplicarse por descendencia genética y presentar mutaciones en su virulencia. Son tan sumamente pequeños (10- 300 mμ) que resultan invisibles en el microscopio ordinario.
Pues bien, paradójicamente, esta «miseria» de clasificación y tamaño está siendo capaz de desafiar y poner en jaque al altanero Homo sapiens, a pesar de su posición cimera en la escala viviente y de toda su exquisita tecnología.
Así pues, soltando la imaginación, bien se pudiera creer que el futuro exterminio de los seres humanos no radicará en las consecuencias de una guerra termonuclear, sino en la expansión indetenible de estos jodidos «bichitos».
