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CABO FRANCÉS, ENTRE PIRATAS Y EL TESORO DE MÉRIDA

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Amanece. Los primeros rayos del astro rey acarician la entrada de la casa de campaña. El espectáculo es impresionante, el color amarillo y rojo de la aurora inunda el azul del Mar Caribe. La playa, con su ondulante movimiento invita al baño, sus cálidas aguas son un reconfortante masaje para los cuerpos maltratados, la pasmosa tranquilidad es la reina más preciada de estos parajes.

El Jeep avanza en dirección sur bordeando la costa. A 1.5 km de Punta la Yana se encuentra Punta Gorda. El perfil costero está ocupado por el diente de perro intenso, abundan las madréporas y moluscos fosilizados pertenecientes a la fauna actual de la formación Jaimanita, la más joven de la geología cubana.

Cabo Francés. Según el investigador Gerardo Ortega en su trabajo: “Visitantes del Cabo”, publicado en su página web Estampas de la Vueltabajo en el 2003, debe su nombre a la presencia en 1670 de un famoso pirata galo, Francisco Lolonois “El Olonés” quien merodeó por la costa sur de Guanahacabibes y en cabo Francés, cercano a la Bahía de Cortés, hizo estancia pasajera en más de una ocasión.

Visto de plano este sitio es un saliente puntiagudo cuya génesis se debe a dos barras que al desarrollarse lo hicieron en forma de punta de flecha o del tipo “V”, según explica Antonio Núñez Jiménez, en su libro “Cuba la Naturaleza y el Hombre”. El Bojeo. Tomo II. p: 117, 1984. Al respecto, el geógrafo cubano Manuel Acevedo González en 1992 publicó el texto, “Geografía de Cuba”, tomo. II y en su página 116, describe que en este sitio existe una franja litoral de manglar y ciénaga costera turbohúmicas, sobre arenas carbonatadas.

Es el límite de dos accidentes geográficos de la geomorfología local, siguiendo el perfil de costa, al oeste, se desarrolla la Península de Guanahacabibes, mientras al este, se abre el golfo de Batabanó.

Sobre el saliente, está construida la casa donde habita el torrero del faro de hierro elevado nueve metros por encima del nivel del mar, sus destellos alcanzan hasta once millas a intervalos de diez segundos. La playa posee una duna arenosa desarrollada de unos cincuenta metros de longitud.

El área sumergida está bordeada por arrecifes coralinos quienes delimitan, el extremo de la sección suroeste de la plataforma insular en la porción donde al este, con 120 kilómetros alcanza el mayor ancho Cuba. A partir de este punto la misma vuelve a estrecharse y sólo alcanza unos cinco o seis kilómetros en algunas secciones.

Existe un perfil de costa bastante bajo a 60 m de la orilla sólo existen profundidades de hasta -1 m, cerca del canto del veril es que se puede acceder a los –100 m, mientras pasado este corte del fondo marino, a los 1500 m de la costa, sus profundidades son abisales con cotas superiores a los – 467 metros.

La Furnia

El Jeep va devorando el kilómetro y medio que separa a cabo Francés de la Furnia, esta ruta costera es relajante, contrastes entre el verde del bosque y el azul del mar alejan cualquier preocupación.

La Furnia debe su nombre, según Núñez Jiménez recoge en el libro ya mencionado a lo relatado por Máximo Valerio Ceballos quien le narró que en la antigüedad había un capitán que tenía a sus órdenes una gran cantidad de piratas, a los que, después que hacían un saqueo en alta mar, le prometía a cada uno su parte. Pero resulta que ese oficial tenía un truco para apoderarse de todo lo que se saqueaban, engañando a los piratas, para ello les decía: — Nosotros vamos a levantar una gran cantidad de oro y luego cuando tengamos bastante, pues nos vamos para nuestra tierra y allí repartimos y tocamos a más. […] —. Cuando ya tenían reunida una gran cantidad de oro, invitó a los piratas a hacer una fiesta en tierra, […]; entonces puso en práctica su engaño: envenenó el vino y los mató enterrándolos en un gran hoyo […]; para darle más valor a esa historia le aseveró: que, a finales del siglo XIX, con la llegada del padre de Lalo Miranda, pescador local, a esta zona, aún existía ese gran hoyo con cruces, las que desaparecieron con el tiempo.

Este entorno lleno de misterio y leyendas, fue propiedad del clan familiar de los propietarios habaneros de apellido Pedroso a lo largo del siglo XVIII y ha sido en la historia un sitio habitado por pescadores que se comunicaban con el resto del mundo mediante goletas, o a través de un trillo de caballos entre el monte con el caserío de Pasada de Marín.

Hoy esa ruta terrestre es un terraplén mejorado, en mal estado de conservación. La playa de la Furnia tiene una extensión de 50 m entre el seboruco costero, con un ancho superior a los 100 m. Su duna está rodeada de uvas caletas y palma cana o guano campeche, a continuación, el bosque semideciduo sobre el carso semidesnudo.

El caserío en la década de 1960 al 1970 contaba con 58 casas de madera, guano y tejas alineadas frente al litoral. Estaba organizado como una subcooperativa de pescadores dirigidos desde el poblado de Cortés. Con el desarrollo acelerado de la Revolución los habitantes emigraron hacía áreas más pobladas y de mejores accesos, pero, la llegada del período especial llevó a su repoblamiento como alternativa para paliar las escaseces, intensificándose la pesca en la zona.

En sus aguas abunda la langosta, peces tales como: bonito, pargo, cherna, ronco, guasa, diferentes tipos de tiburones. Moluscos de gran talla comestibles como el cobo (Strombus gigas sp.). Las tortugas, caguamas y el carey. Y la captura de cangrejos en el período de lluvia. El canto del veril se encuentra a sólo 300 m de la costa con profundidades de –264 metros.  A 100 m de la costa se desarrolla un arrecife coralino conservado y con abundante fauna de fondos someros, este emerge cuando la marea desciende.

El Riíto

Hacia el oeste a lo largo de medio kilómetro el acantilado rocoso alcanza hasta cinco metros de altura y luego desciende hasta el seboruco costero de 2 m cerca al mar, donde desemboca “El Riíto.”

El nombre se debe a la existencia de la resurgencia de un río subterráneo de agua dulce a nivel del mar. Aquí se formó una caleta, en su interior, enormes bloques desplomados formaban el techo de la cueva, derrumbados según los pescadores en 1965, escrito por Núñez Jiménez en el libro ya citado.

Esta caleta es la combinación de la erosión fluvial de la zona de aireación y de la corrosión marina, al encontrarse ambos procesos en la zona de interfaces acelerándose la corrosión de bordes por mezclas de agua. Esta transformación por supuesto no es homogénea a todo lo largo de los primeros 30 a 50 m, ya que juega con varios factores como son: las mareas, la saturación del manto freático, la pluviosidad local, el agrietamiento, la porosidad entre otros. Por ende, se crea un espacio donde la interfaz reduce la visibilidad y existe un intercambio térmico entre el agua fría subterráneas y las cálidas del mar caribe con cambios en los niveles de pH, salinización, CO2, presencia de carbonatos, arcillas y arenas entre otros elementos que contribuyen a las transformaciones producidas por el desgaste químico-mecánico.

Al realizar un buceo exploratorio confirmamos lo expresado por Núñez Jiménez en 1968 de que el actual riíto, es un cauce activo emergido sobre su antiguo paleocauce, producto a las oscilaciones glacio-eustáticas, según algunos especialistas la consideran superiores a los 200 m. Frente al mismo y a sólo 30 metros de la costa, es fácil observar en el fondo marino la existencia de paleodolinas y paleocauces destechados huellas fascinantes de su antigua existencia por tierra firme emergida hoy totalmente cubiertas por las aguas del mar.

El Tesoro de Mérida

Lo cierto es que este término costero existe desde el siglo XVIII cuando fue relacionado con el famoso “Tesoro de Mérida”. Una vez más Gerardo Ortega Rodríguez, solícito como siempre fue en vida, deleita con su magnífica prosa y narra en su escrito “El tesoro de Mérida: ¿Leyenda o realidad?” de 1996, cuyo texto atesora el Archivo Provincial de Historia de Pinar del Río:

Algunos historiadores sugieren que haya sido en 1710 cuando ocurrieron los hechos que dan pie a la leyenda oral más fastuosa de la historia del corso y la piratería: la del tesoro de Mérida (La de México).

Cuenta Mota que este famoso tesoro acumulado durante siglos y amenazado constantemente por invasiones iba a ser depositado en La Habana por considerarse la ciudad más segura en esos primeros años del siglo XVIII.

Según se dice, el tesoro consistía, en 640 libras de oro en barras, 20 múcuras de barro llenas de monedas de oro, numerosos candelabros y la corona de la virgen de Campeche toda de oro y piedras preciosas, embarcado lo anterior con las debidas condiciones de seguridad y cuando el barco se hallaba a la altura del Cabo de San Antonio, varias embarcaciones inglesas iniciaron su persecución.

Comprendiendo el Capitán de Navío español su imposibilidad de llegar hasta la Habana, recaló en el lugar llamado Riíto, entre Cabo Francés y Cabo Corrientes; y allí buscó lugar donde depositar su valioso cargamento. El Galeón Princesa de Toledo en el cual venía, se perdió después de desembarcar el tesoro de Mérida, nadie pudo después dar razón del lugar del enterramiento.

El día ha sido agotador, la noche comienza a inundar el bosque semideciduo, lo cual obliga a tocar retirada para llegar a tiempo a la playa de La Furnia, donde el sol dibujada sus últimos rayos en espera del arribo de los intrusos viajeros, desde aquí, la vista de la puesta es fenomenal.

Mario el chofer del Jeep, bajo una uva caleta, en ausencia de los espeleobuceadores y exploradores ha cocinado sobre las brasas de un fuego extinto ya, unas sabrosas langostas, obsequio de los pescadores locales, lo cálido del mar invita al necesario baño. Al salir del agua ya es de noche, la hoguera revivida en plena playa reúne a todos ante los cuentos de los viejos pescadores y una botella de ron Corsario, va a pico de boca en boca, sin complejo de linaje alguno, a lo cubano como dice Melquiades el viejo Lobo de Mar que roba toda la atención.

Miro a lo profundo del mar oscuro, un relámpago recorre todo el cielo y alumbra por breves segundos el horizonte. A lo lejos, veo dos barcos de velas que se parecen a aquellos antiguos barcos piratas que persiguieron al Galeón Princesa de Toledo, pienso: no es posible: como aún pueden estar esperando a que salga quien enterró el tesoro de Mérida…

 En eso Jorge el geólogo del grupo me toca por la espalda y dice:

– ¿Pedro, donde estabas? ¡Mira se enfrían las langostas!

De “Cuba Pasaje a la Naturaleza. Guanahacabibes XIV”

Pedro Luis Hernández Pérez

Pedro Luis Hernández Pérez

Miembro Ordinario de la Sociedad Espeleológica de Cuba

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