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CAMINANTE NO HAY CAMINO, SE HACE CAMINO AL ANDAR

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Camino a casa de Agapito

Al otro día, eufóricos aún por los hallazgos en cueva del Queso, retomamos el camino, en grupo compacto, en dirección a casa de Agapito. Guardabosque de la región, con 12 años de experiencia en la profesión.

La salida de punta Los Yayales, es de un kilómetro en dirección norte, hasta entroncar con la vereda de Los Yayales o de Los Cocos, por donde se tiene que caminar 9 km, que se realizó a paso firme en apenas dos hora y media.

Antes de llegar al camino del Valle de San Juan al Alto de la Peña, el grupo encuentra un hombre curtido por el sol, sombrero de guano, ropa, mitad militar, el resto civil y un carretón cargado con gallinas y cerdos. El carromato tenía una de las gomas ponchadas, halada por una yunta de bueyes, al decir del campesino uno es más vago que el otro.

En la presentación, comunica que es Agapito, que ya conocía del grupo en la zona, nos dice que más adelante se encuentra su casa, donde quedó el padre y su novia (esposa).

El grupo continúa alrededor de tres kilómetros más y llegó a la humilde vivienda de tablas, guano y zinc en el portal. Frente a la vivienda, a la orilla del camino, se encuentra un encendido y humeante horno de carbón, mejorado con piedras margosas (cocó).

En la puerta del bohío el viejo Lico y Martha la señora de la casa y compañera de Agapito junto a su sobrina Yodalismi. “La novia” del guardabosque de inmediato hace café y luego de una merienda, el grupo se divide en dos, unos van al Alto de la Peña en dirección a la costa. Hilario Carmenate y el autor van a cartografiar la cueva del Guayacán.

La cueva del Guayacán

Frente a la casa de Agapito, a unos 50 m al oeste, se abre cueva del Guayacán. Accedemos a ella a través de la entrada más oriental, donde se encuentra un montículo enorme, acumulado por un buldócer. En la planicie dejada vivieron tres familias: los padres del Peje; Macho Cordero con su familia y Martín Cordero, también con su mujer e hijos.

El lometón era el antiguo residuario arqueológico aborigen. Ahora alterado, donde los cangrejos están sacando de sus cuevas los restos de alimentos y evidencias arqueológicas. Se impone una excavación de rescate urgente.

La espelunca se ubica en las coordenadas: X: 84o19´20´´ latitud norte Y: 21o52´30´´ longitud oeste. Es un sitio de segunda magnitud. Fue reportada en el año 1980 por Enrique Alonso e Hilario Carmenate.

La cueva tiene una entrada ligeramente inclinada y desplomada y colmatada de sedimentos, de origen freática, con siete claraboyas, seis salones y 100 m de desarrollo lineal, todas las galerías y salones son anchos, pero con techos bajos, apenas centímetros hasta un metro.

El salón de la entrada posee el techo a una altura de 2,30 m, es una secuencia de salón, dolina, salón; tiene una disposición en la estructura en forma de herradura con dirección: norte-noroeste, oeste, sur-sureste, y muere en una incógnita por relleno de sedimentos.

La cueva se encuentra en etapa de destrucción o senil, casi colmatada de sedimentos y desplomándose sus salones; lo cual indica que es mucho mayor. En el futuro, pueden aparecer nuevos salones en la misma dirección de desarrollo, sólo se debe seguir explorando el terreno.

En el interior de la espelunca, entre otras evidencias arqueológicas, se colectó un fragmento de lámina de sección triangular que presenta retoque en uno de sus bordes. Es de chert (tipo de roca sílex).

Su talla como el material, son similares a los artefactos líticos protoarcaicos de la región de Mayarí. Su presencia aquí, al igual que los buriles de cueva Funche y cueva La Pintura, constituyen enigmas arqueológicos de gran interés, aun por aclarar en la historia de Cuba.

El viejo Lico y sus cuentos

De retorno a casa de Agapito, Reinier, aficionado a las leyendas, indaga cada historia. De sus notas de campos se extrae esta pincelada contada al viejo Lico, Tomás Pérez, acerca de tesoros y piratas.

Este recio hombre de más de 90 años, cuenta como trabajó entre el año 1966 al 68 con Antonio Núñez Jiménez en la captura de majaes, para un museo de la Academia de Ciencias.

Dice que un día cogió con sus propias manos un ejemplar de 5 m, que envió vivo para La Habana. También colectó caracoles y otros bichos como él decía.

Reinier le preguntó ¿Qué sabes del Tesoro de Mérida? El viejo deja correr su imaginación y cuenta:

Un día andando tras los cochinos por el monte, al noreste de Uvero Quemado, antes de llegar a María la Gorda, junto a mi amigo Novo Guerra encontré una cueva que tenía al fondo dinero amontonado.

Cuando regresé a casa acordamos hacer un pacto de silencio; pero Novo contó lo que vio y estuvo 3 días con fiebres y se quedó toda la vida de carbonero.

Yo cogí miedo, la gente venía constantemente a verme para que los acompañara, pero me negaba, un día vino un hombre en un camión tráiler, con camas adentro y todo y me convenció para que lo llevara a la cueva.

Una vez cerca de ella, ya era de noche. Nos acostamos en el tráiler a dormir y a esperar el amanecer. A mi lado un hombre llamado Juan Ugarte, se le subió un santo que lo tiró de la litera de arriba.

El santo comenzó a pedir un muerto del grupo para dejar que nos lleváramos el tesoro. Como no accedimos, Ugarte volvió a caer en trance y mandó a que todos salieran urgentes del área y comenzó a dar alaridos.

Escuché en ese momento como el dinero de la cueva se contó. Un ruido inconfundible, como si cayera en una palangana de aluminio, fue seguido de un viento arrasador del monte y pasó con gran estruendo entre yo y otro del grupo.

Por mi madre, que en la gloria esté, no vi a nadie cruzar entre nosotros dos. Fue el viento quien casi nos tira al suelo a ambos, por lo que decidimos salir todos corriendo del lugar y el carro detrás de nosotros.

Un hombre asustado corre, que no quede dudas. Del grupo se me extravió un muchachón de unos 15 años que nos acompañaba y lo volví a encontrar cuando jadeante llegamos a María la Gorda, donde no había na cuando aquello. Mira tú, si hace años de aquello.

Lico está al lado del fogón de la rústica cocina, en que se hace la comida del día, su rostro muestra a un hombre alejado en sus recuerdos.

De: Cuba Pasaje a la Naturaleza.

Guanahacabibes XXVIII  

Pedro Luis Hernández Pérez

Pedro Luis Hernández Pérez

Miembro Ordinario de la Sociedad Espeleológica de Cuba

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