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CIRILO VILLAVERDE MÁS ALLÁ DE CECILIA VALDÉS

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Pedro Luis Hernández Pérez

Pedro Luis Hernández Pérez

Miembro Ordinario de la Sociedad Espeleológica de Cuba
Jorge Freddy Ramírez Pérez

Jorge Freddy Ramírez Pérez

Miembros Ordinarios de la Sociedad Espeleológica de Cuba

Cirilo Villaverde se encuentra en el pensamiento y accionar del pueblo vueltabajero.

El gran novelista, del siglo decimonónico, reflejó el quehacer de una época, que es parte de las raíces de hombre del occidente cubano, de la cual aún quedan elementos, que el paso de los siglos no ha podido borrar, todo lo contrario. Se agrupan y por momentos se dispersan, pero perduran, enriqueciéndose, al conformar un conglomerado etno-cultural, que se fortalece con el tiempo, experiencia a experiencia.

En San Diego de Núñez nace Cirilo Villaverde, un 28 de octubre de 1812 en el ingenio Santiago. Fue el sexto de diez hermanos y su nombre completo Cirilo Simón Villaverde de la Paz, evoca al noble san Simón, integrante del santoral católico, correspondido por fecha o destino.

Su padre, Lucas Villaverde Morejón, era médico del ingenio Santiago, ubicado entre Bahía Honda y Cabañas, cinco kilómetros al noreste de San Diego de Núñez. Provenía de una familia establecida en La Florida. Su mamá, Dolores de la Paz y Tagle, dedicó toda su vida a los quehaceres del hogar y a criar tan abundante prole. Villaverde era descendiente de clase media, imagen que mantuvo toda su vida, aún en la mayor penuria, gracias a las enseñanzas y formación propiciada por los progenitores y el medio que le rodeaba, convirtiéndose en hombre de temple.

Cirilo Villaverde viene a un mundo convulso, en el cual alcanza con el tiempo, la luz y esperanza de su familia. A la vez, premonición de la nueva época que estableció el siglo XIX en Cuba.

A partir de 1790 comienza a percibirse el nacer de un pensamiento, implicador en la nueva filosofía, que intenta cambiar el estatismo de las ideas precedentes y se vuelca hacia el interior de lo nacional, en el desarrollo de la conciencia de lo cubano. Félix Varela abrió las puertas al debate y la creación renovadora, en función de la construir una nueva nación independiente de España, que dio la alborada al refrendar su primera constitución el 19 de marzo de 1812.

Los primeros once años de vida, le permiten al niño Villaverde conocer a fondo los elementos que rodean al proceso productivo agro-industrial del café y el azúcar, enseñanzas que sirvieron de materia prima para poder enfrentar su posterior obra literaria.

En 1823 se trasladó a la capital para residir en casa de una hermana de su padre, en plena Habana Vieja, cerca de la esquina de Campanario Viejo y Maloja, donde recibe clases gratuitas del maestro de origen andaluz Antonio Vázquez. El cambio de ambiente, más allá de las clases, creó el espacio necesario para entender la realidad que le rodeaba, permitiéndole hacer comparaciones entre la vida esclavista del “campo azucarado con néctar de café” y la “ciudad populosa con olor a inmundicia”; las contradicciones de clases sociales entre el peninsular y el nacido en esta tierra. Su posición de cubano, lo ubica en la perspectiva de permanente crítica ante esta sociedad citadina.

A partir de 1828 ingresa en el colegio religioso del padre Morales. Estudia latín y recibe clases de su propio abuelo, que se infiere fue su arquetipo social. En dicho sitio, solicita su entrada al prestigioso Seminario de San Carlos, para lo que le exigen presentar un certificado de limpieza de sangre. Centro de estudios que cincuenta y cinco años después de fundado, se reafirmaba como el más importante del país. Heredero de la vieja escuela escolástica, religiosa y laica, estaba en plena transformación del pensamiento docente-educativo.

Desde 1802, el obispo Espada, comenzó a hacer reformas para lograr un centro de verdadera ilustración a fin con las ideas más avanzadas de época, y propició la entrada de seminaristas competentes en el conocimiento y las ideas liberales renovadoras, que facilitaron el progreso. Aunque entre sus profesores ya no se encontraba la destacada figura del padre Félix Varela y Morales, sus conferencias, (en las que logró independizar la filosofía de la escolástica y la teología, eslabonó una concepción racionalista-empirista-sensualista-inductiva de la investigación científica, que le permitió formular los nexos entre patriotismo y ciencia, entre ella misma y la conciencia) aún retumbaban entre sus paredes, y su energía doctrinaria rondaba los pasillos del recinto, cuando eran de obligado estudio sus Lecciones de Filosofía.

Por lo tanto, Villaverde entró a este sitio de privilegio del pensamiento en evolución, en el mismo momento en que se consolidaban estas nuevas ideas dentro de la juventud y la intelectualidad de la nación, reverdeciendo por derecho propio, al alinear las conciencias, elevar la esperanza y la fe en lo local. Espacio que fomentó la cubanía, arreciándose las contradicciones internas entre el clero español, conservador, y los prelados representantes de los más avanzados pensamientos.

En este recinto estudió filosofía y también matriculó dibujo natural en la Academia de San Alejandro, donde se destacó en el esbozo de la anatomía humana.

A partir de 1830 dio inicio la segunda etapa del Reformismo en Cuba, con José Antonio Saco a la cabeza. Dos años después Villaverde alcanzó el título de Bachiller en Leyes, en el mismo momento, en que, si bien el panorama socio-económico de Cuba comenzaba a realizar cambios sustanciales, en lo político, las relaciones con la metrópoli se distanciaban a tal punto que cinco años después, la expulsión de los delegados cubanos de las cortes españolas y el mantenimiento del poder radical de los capitanes generales, cerró esta etapa reformista y creó una crisis de los valores históricos tan arraigados, que agudizó la relación de la península con su propiedad de ultramar y permitió que líderes de opinión como José Antonio Saco, dieran comienzo a obras como Historia de la Esclavitud, que se convirtió en instrumento de denuncia del decadente régimen esclavista.

Una vez graduado en 1833 de Doctor en Derecho, comienza su vida profesional en un bufete, junto a otros colegas y uno de sus antiguos profesores, José Agustín Govantes. Sin embargo, pronto abandona su labor, desalentado por el ambiente corrupto reinante en los tribunales, consecuencia de la política opresiva implantada por el gobierno español.

Ese propio año (período de la ilustración criolla, representado por los versos de Heredia, el pensamiento filosófico de Varela, José A. Saco, Luz y Caballero, así como el interés por la narrativa de ficción como una necesidad de reflejar una época llena de contradicciones, como se puede apreciar en las obras de José Jacinto Milanés, Ramón de Palma y Anselmo Suárez Romero),Villaverde se incorpora a las tertulias de Domingo del Monte, marco ideal donde las ideas expresadas y discutidas, a veces con fogosidad, contribuyeron al despertar de la conciencia en la sociedad cubana, e influyeron en la radicalización del pensamiento de los asistentes.

Universo donde se desarrolla la narración y la poesía que recoge la realidad del negro y la esclavitud del momento, Francisco escrita por uno de los contertulios, Suárez Romero, se une al Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda, novelas que distinguen una época signada por la más atroz esclavitud.

Entre 1833 y 1834, se vincula junto a sus compañeros Domingo del Monte y José A. Saco, en los sucesos encabezados por los “jóvenes ilustrados” en el proyecto de creación de la Academia Cubana de Literatura, que luego de haber sido aprobada por la Reina, el 25 de diciembre de 1833, fracasa al ser suspendidas sus actividades, el 18 de octubre de 1834, por orden del recién estrenado capitán general Miguel Tacón y Rosique.

Los cubanos más instruidos se “apartan” de las instituciones oficiales para realizar su labor de manera privada. Domingo del Monte marcha a Matanzas para contraer nupcias con María Rosa Francisca Aldama y Alfonso, hija del poderoso hacendado Domingo Aldama (matrimonio y actitud que ha sido visto con recelo por sus biógrafos, por el momento histórico en que ocurrieron los acontecimientos de su salida de La Habana). José de la Luz y Caballero, Anselmo Suárez y Romero, Ramón de Palma y José Antonio Echeverría, se dedican a la enseñanza; Villaverde, al igual que sus compañeros, se entrega al noble oficio de llevar la luz del conocimiento a los colegios habaneros Real Cubano y Buenavista, y el matancero La Empresa.

El esplendor de la cultura capitalina lleva al joven a conocer el material necesario para sus obras. Muy de cerca logra calar el espíritu de la alta aristocracia criolla, que emprendía la vida social fuera del enclaustramiento de las veladas nocturnas tradicionales provenientes del siglo XVIII, lanzándose con nuevos aires de renovación hacia la fundación de sociedades filarmónicas e instituciones elitistas e intelectuales, donde desarrollaron fastuosos bailes y celebraciones, descritos en su novela cumbre Cecilia Valdés.

En 1837 existe un resurgir de las revistas y periódicos, cuando salen a la luz, aunque por poco tiempo, La Cartera Cubana, La Mariposa, El Plantel, Miscelánea de Útil y Agradable Recreo, La Siempreviva, El Álbum y un año después, Recreo Literario. El propio Villaverde analiza, en La Aurora de Matanzas (1846), esta etapa y expresa que en estos años se pueden señalar dos momentos: el primero, el auge de las revistas, que él considera de suma importancia para los comienzos de una juventud literaria, que cierra en 1839, y un segundo momento, que denomina como la era de los periódicos, la verdadera era periodística que concluye en 1843, y en la que se destacan el Diario de la Habana, el Noticioso y Lucero de La Habana, La Aurora de Matanzas, El Correo de Trinidad, Eco de Villaclara, El Fénix de Sancti Spíritus, Noticioso Comercial y El Redactor, en 1841 surgen además el Faro Industrial y La Prensa.

Villaverde valora con pesimismo esta etapa y aun cuando fue una oportunidad única, puesto que se superó todo lo realizado hasta entonces y abrió las puertas de las imprentas a varios talentos que se habían mantenido opacados por el despotismo y la censura española, este renacer no llenó las expectativas de los bisoños escritores.

Durante agosto y septiembre de 1837, comienza a publicar pequeñas obras, creadas según testimonio del propio autor, bajo el estímulo de la obra de PalmaMatanzas y Yumurí”, cuyas lecturas lo llevó a decidirse por su vocación de narrador. Consideradas por sus críticos como menores, se destacan de este período: “El Ave Muerta” y “La Peña Blanca” (en la revista Miscelánea de útil y agradable recreo, tomo I, agosto de 1837), así como “El Perjurio” y “La Cueva de Taganana” en la misma publicación, pero en el tomo II, en septiembre del propio año.

Villaverde no puede desligarse de sus raíces. El haber nacido en un ambiente rural lo dota de armas teóricas y prácticas, que indudablemente, no debieron ser fáciles de descifrar por el público lector capitalino ni para los críticos de época, tan alejados de un mundo rural que le era ajeno. Esto lo lleva a resistir análisis descorteses acerca de sus obras, en las cuales comenzaban a destellar elementos importantes del Romanticismo de entonces, el cual no se desprendía de dos vertientes en moda, el costumbrismo de Cervantes por un lado y el amor de Richardson por el otro, como apuntara en varios trabajos José Joaquín de Palma. En dos de sus obras, Villaverde, une ambos estilos y comienza a tejer su propia historia, como deja ver en “La Cueva de Taganana” y en “La Peña Blanca”, donde dejaban despuntar el gran novelista que se anunciaba.

Lo impresionante de la narrativa villaverdiana, excluyendo la conclusión de su mayor novela, está matizado por haberla creado en solo diez años. Puede no ser cierto, como afirman algunos autores, que luego de ese tiempo, el autor de Cecilia Valdés se apagó, ya que como él mismo señala, una vez en el exilio, dedica sus principales esfuerzos a la lucha por la libertad de la Patria y a sostener económicamente a su familia. Sin embargo, trabajos escritos en Nueva York, como fueron las biografías de su esposa Emilia Casanova y del general Narciso López, de quien fuera amigo y subordinado, así como artículos revolucionarios y varias traducciones, dejan ver su estilo y oficio, que no lo abandonaron nunca, demostrado además al final de su vida, con la conclusión de su novela magna. 

Lleva a la Gaceta Cubana su novela, “La joven de la Flecha de Oro”; obra que no llega a la excelencia de una Cecilia, pero marca un proceso de depuración y crecimiento en su creación; la novela refleja un cuadro bastante fiel de la realidad familiar criolla de clase media de La Habana, manifestación de la rebeldía ante el tradicionalismo, la imposición de castas, el abuso de la autoridad filial, y la ruptura con las arcaicas costumbres, dando paso a nuevos cánones para una sociedad naturalizada, en busca de los ideales hacia la independencia social.

No podía ser de otra forma, para 1838 el ambiente literario estaba mucho más caldeado aún y Villaverde comienza a publicar la versiones, de lo que cincuenta años después sería su obra cumbre Cecilia Valdés. Su primera edición vio la luz en la revista La Siempreviva, publicación que abría el espacio necesario para dar a conocer la literatura vanguardista del momento.

Tan realista como la novela, quizá la más importante escrita hasta el día de hoy, según algunos analistas, dicha narración expone las desigualdades sociales que generaba la esclavitud, perteneció a la generación de creadores, que dentro de fuertes cambios político-sociales, cada vez más autóctonos y a su vez, menos metropolizados; refleja a hombres y mujeres, riquezas, pobrezas, contradicciones de raleas sociales, aspiración creciente de alcanzar muchas veces lo imposible, no por irreal, sino por estar negado. Sociedad con fuertes diferencias raciales, en un entorno segregacionista por antonomasia, unos por esclavistas, otros por esclavos, los más, por criollos o rellollos, y finalmente los emigrados.

Llegaba así el momento de lanzarse a esa aventura a caballo, desde La Habana hasta su pueblo natal. Expedición que supera en 1839, cuando realiza todo el recorrido, quizás soñado un año antes, al tomar al Pan de Guajaibón como punto más occidental, para contornearlo por el norte, oeste y sur.

De esta doble experiencia, nacen los trabajos publicados en El Álbum, la primera parte, en el tomo V, de agosto de 1838, mientras la segunda, en el Faro Industrial de La Habana, desde el 11 de julio de 1842, lo que motiva en 1961 al Consejo Nacional de Cultura, a reunirlos y publicarlos en un solo libro denominado: Excursión a Vueltabajo, de la que puede ser considerada la primera obra “etno-geográfica”, dedicada a la región centro oriental de Vueltabajo.

Nadie había logrado un acercamiento tan minucioso a las esencias de la sociedad que habitaba, en lugares donde la sierra y la llanura se entremezclan con valles y ríos, para definir la naturaleza humana denominada en el tiempo como “pinareñidad”; parte sustancial de aquel “pinarindio” de Pedro García Valdés, que al mezclarse con el ganadero, veguero y el hachero, conforman la actual argamasa de sustancias que van moldeando lo español, negro, chino, francés y norteamericano, en su propia esencia. Componentes que dan la medida se su conformación social, del cual resurge un criollo con peculiaridades de vivir en extensos territorios deshabitados, totalmente abandonados por la metrópoli primero y la neocolonia después; obligando a su componente humano a valerse por sí mismo y deviene en el “cubano pinareño”, con las singularidades establecidas por Tranquilino Sandalio de Noda, en sus “Cartas a Silvia”, donde el hombre era fornido, bonachón y trabajador, mientras la mujer, sencilla en sus maneras, con elevada feminidad y belleza natural, creaban una pareja hospitalaria, de numerosa prole.

Otro elemento que hace perdurar la obra de Villaverde en el tiempo, es el tema del racismo, el cual se muestra en toda su plenitud a partir de dos personajes muy representativos de la época, el “mensajero del amo” y el chicuinga, taita o guardiero, que definen a un tipo de hombre negro, arrastrado al servilismo, lo marginal y la humillación por la sociedad esclavista del momento, para definir el perfil más bajo del linaje colonial, que tal parece conducir sin remedio a la tragedia que simboliza el arriero, Francisco Puñales, muerto a manos de cuadrillas de cimarrones, quien fuera el acompañante del autor a través del valle del Cusco. Villaverde más tarde retoma este tema, en la segunda parte de la obra, cuando visita la cueva de Vargas y siente un fuerte estremecimiento y terror al observar en los sedimentos del suelo, la huella indiscutible de la planta del cimarrón, que lo hace apremiar la salida del recinto ante la rememoración del arriero.

Es una época de leyenda y épica, insertada en la historia, momentos de desarrollo de la realidad y odiosa institución esclavista; del pueblo pinareño salieron en expresión literaria basada en hechos reales, las figuras de Francisco Estévez, Valentín Páez y otros cazadores de hombres, quienes integraron las partidas de rancheadores, autorizadas por la propia Real Junta de Fomento y el Consulado de La Habana, con la manifiesta aprobación del Capitán General de la Isla, consecuencias de las denuncias hechas por varios hacendados de Vueltabajo, cuyos esclavos alzados en libertad por los montes, formaron numerosas cuadrillas, algunas bien organizadas, quienes muchas veces se vieron precisados a asaltar hogares y haciendas, cometiendo depredaciones en los cafetales del interior o en los ingenios dispersos por toda esta región tan apartada, para apropiarse del tan necesario alimento para la subsistencia.

Hoy, con los matices de la modernidad, y aún luego de que la ciencia ha demostrado la no existencia de razas y que todos los hombres y mujeres son del género Homo, perviven elementos de aquella época, que se reflejan aún en prejuicios sociales, tendencia a la automarginación y otros estigmas que permanecen, aún cuando la sociedad cubana, a partir de 1959, erradicó la discriminación racial, pero como expresa Joanna Castillo Wilson en Cecilia Valdés: la renovación del mito: “Muchos de los perjuicios de la época de Cirilo Villaverde continúan existiendo, porque los prejuicios raciales no se eliminan con leyes, es un problema de conciencia y en muchas conciencias se mantiene todavía”.1

El esbozo que logra Villaverde en el retrato epocal es elemento esencial para la supervivencia de la creación. El importante papel que jugaron él y Tranquilino Sandalio de Noda, durante la primera mitad del siglo XIX en la defensa de lo pinareño, rebasa el marco local, ya que todo aquello que se extendía hacia el poniente de La Habana se consideraba salvaje e inculto, sin embargo, “Excursión a Vueltabajo”, “La Peña Blanca”, “El Guajiro”, “Cartas a Silvia”, “El Pan de Guajaibón” y otros escritos de ambos, fueron creaciones que recogían y rescataban lo hermoso, sano y distinguido de la Vueltabajo, dentro de su singularidad.

Emeterio Santovenia expresó que con la aparición de “Excursión a Vueltabajo”, publicada por Cirilo Villaverde y “Cartas a Silvia” de Tranquilino Sandalio de Noda, aumentó el interés por esta región, y no desde el punto de vista histórico y cultural, sino también desde el punto de vista económico; el historiador pinareño señaló cómo el paisaje descrito por ellos, presentó diferencias notables, cuando aparecía risueño y ameno en la llanura, mientras era áspero y lúgubre en el monte y la serranía.

Este escenario en forma de mosaico, dada la gama de morfologías y colores en los territorios al oeste de La Habana, infestado de piratas, filibusteros y cimarrones hasta su extremo occidental, pudo haber dado razón a documentos como aquel informe de José Antonio Saco, donde llamó “tierra de nadie” a la Península de Guanahacabibes. A la altura de 1825, existía una dicotomía, de un lado los viajeros hablaron de “paraísos terrenales”, por el otro, describieron un “continente negro”. Así la prensa de la época vio en diversas ocasiones al territorio.

Por eso, no es de extrañar cuando Leandro González Alcorta, conocedor de la obra de Villaverde y de Noda, considerara a ambos como “nuestros manes” y les profesó profundo respeto y admiración, sentimientos inculcados a sus alumnos y seguidores, entre los cuales, se encontraba, Emeterio Santovenia Echaide, quien pagó tales deudas al publicar como ópera prima de su extensa producción historiográfica, una biografía de Tranquilino Sandalio de Noda en 1910, y en 1911 dedicó similar empeño a Cirilo Villaverde.

Ambos autores cubrieron con su obra, un importante rol en la divulgación de la vida en Vueltabajo y no desde el punto de vista cultural e historiográfico, reseñaron la función del historiador local, con enfoque totalizador del presente y pasado de los hombres y mujeres de dicho entorno, con visión más científica. Se divulgaron hazañas de numerosos guajiros rancheadores y otros personajes típicos de la comarca, a partir de los relatos que insertó Villaverde en sus obras.

En Excursión a Vueltabajo, el novelista describió con esmerada prosa los entornos naturales y económicos por los cuales cabalgaba, desde los verdes campos de cañaverales, coronados en sus áreas más elevadas por fastuosos ingenios. Las sierras del Taburete, Las Delicias, el Cusco, la Peña Blanca, el Brujo, la Mesa del Mariel, los valles intramontanos y la llanura de San Diego de Núñez hasta Bahía Honda y Las Pozas, presididos por la sierras del Aguacate y el Pan de Guajaibón, luego Las Catalinas, San Diego de los Baños, Los Palacios, San Cristóbal, las lomas de Manantiales, el salto de Soroa, Las Mangas y el deslumbrante Angerona.

Logra que el lector incorpore todo tipo de sentimientos humanos, al describir la psicología de los paisajes, olor, sabor, alegría, rabia, horror, miedo y lujuria, algunos de los ellos entremezclados como todo buen sicoanalista.

Cirilo Villaverde escribió un total de treinta obras literarias reconocidas y 107 artículos en diferentes medios impresos. Tanta laboriosidad quedó interrumpida el 20 de octubre de 1848, cuando es abortada la conspiración “La Mina de la Rosa Cubana”, en la que estaba involucrado, ya que la revolución cubana era sentimiento profundo, expresión concreta y legítima, del arte de vivir. Por sus ideas es sentenciado a garrote vil y luego conmutada esta pena por diez años de prisión; de la que escapa espectacularmente entre el 31 de marzo y el 4 de abril de 1849.

Obligado a huir del país, se refugia en la ciudad de Nueva York, exilio que duró el resto de su vida, interrumpido la primera vez, nueve años después, cuando se acoge a una amnistía ofrecida por el gobierno colonial y regresa a La Habana a donde llega en 1858. Pero el ambiente en la Isla está enrarecido y encuentra hostilidad a su persona debido a sus ideas separatistas. Intenta establecerse, incluso adquiere la imprenta La Antilla, y edita la revista La Habana, pero se ve obligado a cerrar la misma en 1860 y marchar al exilio, radicándose de nuevo en Nueva York, donde se entrega por completo a la revolución cubana, cuestión esta que había hecho en su primer exilio, cuando fue secretario personal de Narciso López. Esta vez al lado de la asonada de Carlos Manuel de Céspedes, con quien establece correspondencia en 1869, y le trasmite su opinión de la revolución cubana desde esa ciudad.

Durante su estancia en Estados Unidos se gana la vida con el magisterio y el periodismo, pero sus artículos de esta etapa fueron pocos y más bien de corte político y patriótico, no obstante es en el exilio donde termina su obra cumbre: “Cecilia Valdés o La Loma del Ángel”, la cual publica en su versión final en 1881. Dos textos poco conocidos de él, también se publican en New York, el primero dedicado a Narciso López, solo en inglés hasta hoy, y la biografía y compilación de las cartas personales de su esposa Emilia Casanova. Luego de concluida la contienda bélica logra visitar la isla en 1888, por solo dos semanas.

Cirilo Villaverde es, sin dudas, fuente de conocimientos del cual han de beber historiadores, literatos, geógrafos, biólogos, botánicos, geólogos, sicólogos, sociólogos y todos aquellos que deseen conocer el pasado de nuestra historia y naturaleza.

No por gusto, luego de su muerte, acaecida el 23 de octubre de 1894, faltándole apenas cinco días para cumplir los 83 años, José Martí expuso con gran pesar en el periódico Patria de Nueva York, el día 30 de octubre del propio año: “De su vida larga y tenaz de patriota entero y escritor útil, ha entrado en la muerte que para él ha de ser el premio merecido, al anciano que dio a Cuba su sangre, nunca arrepentida y una inolvidable novela (…)”.

1- Joanna Castillo Wilson. “Cecilia Valdés: la renovación del mito” (En: revista Extramuros de la ciudad, imagen y palabra. # 28. 2008)

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