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CUEVA DEL JAGÜEY DE PAN DE AZÚCAR, UNA HISTORIA POR CONTAR.

En agosto de 1985 llegué definitivamente a la ciudad de Pinar del Río con el objetivo de establecerme en ella. En 1983 había pasado por ella camino al campismo de Pica Pica, en el marco de la primera clase práctica del Curso Básico de Espeleología que organizaba el grupo Martel en la Universidad de La Habana.
A inicios de 1985 había estado en la Base de Campismo de Dos Hermanas, en el marco del II Curso Básico de Espeleología organizado por la Sociedad Espeleológica de Cuba. Que se realizaba en la recién fundada Escuela Nacional de Espeleología. Su cede transitoria era dicha instalación.
En dicho curso había conocido al profesor y arqueólogo Enrique Alonso Alonso. Tenía la dirección de su gabinete en la ciudad de Pinar del Río. No más había puesto los pies en la ciudad, me dirigí a su casa, con vista a conseguir trabajo como arqueólogo.
Fui recibido con mucho cariño, tanto por él como por su esposa. Durante la conversación me aceptó como su discípulo, en una plaza como “auxiliar de arqueología”.
Mi trabajo consistía en clasificar, pesar y controlar las bolsas plásticas que contenían las evidencias que se encontraban en cajones, amontonadas unas sobre otras en el salón de entrada al gabinete de arqueología, en el ala norte del recinto rectangular cuyas puertas y ventana a dos aguas cubrían todo el espacio.
La loma de cajas estaba precedida por una gran mesa de trabajo, que luego supe eran paneles antiguos de propaganda del Partido. Rodeada de unos cinco o seis taburetes y diversas sillas de irregulares formas.
En esa labor me encontré por primera vez con las evidencias arqueológicas de la cueva del Jagüey, sierra de Pan de Azúcar, municipio Minas de Matahambres. En compañía del propio Enrique Alonso la visité por primera vez en 1986.
Desde entonces quedé enamorado de ese valle hermoso alargado en forma de polje de unos 12,2 km, que nace en el poblado de Pons y muere en la herradura que forman la unión de las alturas de Pizarra del centro con las alturas calcáreas (mogotes) de la sierra de Pan de Azúcar.
Esta extensión cársica de la sierra de Viñales que tiene su extremo este en la Puerta de Ancón y se extiende por 11,5 km de sierra de mogotes hasta estar paralelo a la bodega de Pan de Azúcar. Escenario de la mayor caverna de Cuba, el Sistema Cavernario Palmarito.
En el extremo noreste de ese valle se ubica el mogote de Pan de Azúcar. Cuya toponimia se refiere a la forma que asumía los panes de azúcar que se producían en los ingenios de la colonia.
Tranquilino Sandalio de Noda en su obra, “Cartas a Silvia”, hace varias referencias a este mogote al cual describe como: “[…] el Pan de Azúcar, es una roca que se yergue altanera y hermosa en el límite noroeste de Viñales y se observa desde el mar”. En la cuarta Carta dicho autor expuso:
[…] loma hermosísima y garrida que parece una pirámide torneada a mano: los marinos le dicen el pico Garrido. Francisco Martin fue el primer español que pobló estos parages por el año de 1590: una tribu de indios bárbaros y feroces habitaban en estos paises, ántes de esta época. Corren por aqui varios riachuelos, encajonados entre laderas y barrancas de preciosos mármoles, de los cuales es célebre la cantera de Sta. Lucía, que da un mármol jaspeado de negro con ligeras vetas blancas”.
Este Martin era el abuelo de aquel Pancho Martin. Famoso, habilidoso negociante y empedernido traficante de esclavos. Uno de los mayores potentados de la colonia, que dominó el comercio del pescado en la Habana intramuros. Fue el principal inversionista en construir el teatro Tacón.

Todavía están en ruinas las paredes del cementerio del cafetal que fue de su propiedad, del cual ha trascendido, se convirtió en un reclusorio de negros sementales y negras paridoras, las cuales hacían procrear, para luego educar a los niños en oficios y ser vendidos como mano de obra especializada en La Habana, con mayores dividendos económicos.
Fue este lugar también el sitio donde recibía las dotaciones de negros esclavos traficados desde la lejana África que penetraba al país a través de la ensenada de Malas Aguas, cercana en la costa norte del lugar, por donde no existía control gubernamental alguno.
Noda identificó, con acertado criterio a los habitantes aborígenes de la etapa preagroalfarera, en el mogote de Pan de Azúcar. Cerca del anterior cafetal se encontró, en la solapa del Jagüey, valiosos restos de entierros secundarios.
El nombre del accidente cársico está dado por un robusto árbol de esa especie de los Ficus que se desarrolla en su extremo norte. Este cubre con sus raíces casi toda el área arqueológica de la solapa.
Muy cerca de dicho sitio, en plena serranía de Pan de Azúcar, aparecieron otros sitios arqueológicos con distintas connotaciones arqueo-históricas, incluyendo cueva La Iguana, descubiertos por la Expedición espeleológica vasco-cubana al sistema cavernario Palmarito, 1988-1989, donde se ubicó un mural de petroglifos similar a los encontrados en la Gran Caverna de Santo Tomás y la cueva de los petroglifos o del I Congreso, en la sierra de Galeras, muy cerca del área descrita.
De la cueva La Iguana se publicó un documentado artículo, escrito por este autor y el Dr. Antonio Núñez Jiménez días antes de su fallecimiento, que se dio a conocer el 20 de abril del 2007, en el número especial del periódico digital El Explorador, dedicado al 84 Aniversario del Natalicio del fundador de la Sociedad Espeleológica de Cuba.
La solapa, denominada cueva de Pan de Azúcar por los miembros del grupo Guaniguanico. Grupo de Arqueología de la Comisión Provincial de Historia del Partido Comunista de Cuba de Pinar del Río. Fue explorada por primera vez el 8 de mayo de 1972 por Enrique Alonso Alonso, Hilario Carmenate Rodríguez y Juan Mateo Camejo.
Se ubica en las coordenadas X: 208 800, Y: 319 700 de la hoja 3483 IV a escala 1: 50 000 del ICGC, a una altura de 40 m sobre el nivel medio del mar, a unos 10,5 km de la costa norte y 54 km de la costa sur.
A 50 m de la solapa se encontraba entonces la casa de Pedro Malagón, autor del hallazgo, en la finca Guachinango de las evidencias arqueológicas de la Solapa. Por entonces, término municipal de Sumidero. En la actualidad, municipio Minas de Matahambres.

Cuenta Enrique Alonso que el 26 de abril de 1972 le fue reportado, a los miembros del grupo Guaniguanico, por la secretaría del C.O.R del municipio de Sumidero, la existencia de una cueva en la zona de Pan de Azúcar.
Un campesino había encontrado huesos humanos hallados al extraer tierra con el propósito de preparar un fogón para azar un cerdo. El reporte provenía de Troche, secretario de la C.O.R. de ese municipio.
Este era el primer resultado del I Seminario de orientación sobre el patrimonio arqueológico. Impartido por la Comisión Provincial de Historia del Partido y sabía cómo actuar ante estos hallazgos.
Él había orientado las medidas necesarias para preservar el lugar y tomado muestras de los huesos sacados por el campesino. Los arqueólogos, desde el principio identificaron su pertenencia a los aborígenes, dado el pronunciado desgate de las piezas dentarias.
El lunes 8 de mayo de 1972 se presentaron los tres miembros del grupo Guaniguanico, acompañados de Troche. Esa espelunca es una solapa amplia en contacto total con el exterior, más bien parece un espejo de falla. Utilizado, en tiempos remotos por el río Pan de Azúcar como parte de su paleocauce, hoy ubicado a 200 m al noroeste de dicha fuente de agua.
Esto responde al patrón de la teoría de Kovaliov: los ríos de Cuba se mueven de suroeste a noreste, cuyos paleocauses quedan al oeste de su posición actual. Esto responde también al actual movimiento de la Cordillera de Guaniguanico.
El abrigo rocoso se abre a nivel de la base de la elevación, muy cerca del extremo norte del mogote, en tierras de la Cooperativa Niceto Pérez, barrio Pan de Azúcar. Todo indica que el sitio está alterado. La cueva fue utilizada para curar tabaco.
El campesino Pedro Malagón, expuso que nunca antes se había hecho una excavación. En la realizada por él, tuvo mucho cuidado, porque había sido ayudante de su hermano sepulturero. Él conocía como eran los huesos humanos. La excavación había sido de 1x1m y unos 20 cm de profundidad, al centro de la solapa.

Esta posee 15 m de longitud por 5 m de ancho en su porción de mayor profundidad, desde el perfil vertical que deja el comienzo del mogote en línea recta, a la pared oeste del mismo. El suelo está cubierto de un sedimento pardo claro, muy suelto y seco.
En épocas de lluvia el agua puede penetrar en forma de aerosol en su interior y además, existen Formaciones Secundarias cenitales activas, que aún tienen goteos.
En la superficie no aparecieron evidencias de restos aborígenes. En la pequeña excavación realizada por Pedro Malagón solo se observaron pocos restos de pinzas de cangrejos, pequeños fragmentos de sílex y 3 o 4 pequeños restos de carbón vegetal.
Los restos aborígenes encontrados por el campesino fueron evaluados en primera instancia, como de tres individuos adultos, más un niño.
Pedro Malagón reportó además que, siguiendo el borde del mogote, hacia el norte, a unos 100 m existe otra solapa donde con anterioridad habían aparecido ciertos tipos de fusiles antiguos. Uno de los cuales todavía utilizaba como estaca para amarrar a los bueyes.
Esta solapa en septiembre de 1977, no fue encontrada por Hilario Carmenate Rodríguez, Ángel Rivera, Emilio y Gerardo Díaz, Orestes Armas, todos miembros del grupo Guaniguanico, durante exploraciones que realizaron en esta región.
A trescientos metros, en la propia dirección existía una tercera solapa. En ella se observó por el campesino huesos incrustados en una grieta. Esta, no se ha podido ubicar de nuevo.
En expedición de septiembre de 1977, Hilario Carmenate Rodríguez narró que explorando la parte SW de la ladera del mogote de Pan de Azúcar, a 200 m de altura, encontraron una pequeña gruta de unos 2.5 m de diámetro con planta circular y el techo cerraba en forma de cono, a más de 10 m de altura. En ella anidaban lechuzas.
Al este del mogote. existe otra cueva con condiciones para ser habitada. Con un salón claro, de unos 6 m de diámetro, techo alto. Posee una galería inclinada a la izquierda y abundantes filtraciones del agua de lluvia. Otra galería desciende en plano inclinado y sale al exterior, en la línea del farallón de la entrada superior, pero 30 m más abajo.
En los años de 1977, 1979 y 1980 la solapa del Jagüey ha sido sometida a excavaciones de rescate. Esta tarea ha sido dirigida por el Departamento de Ciencias Sociales de la Delegación Territorial de la ACC en Pinar del Río. Trabajo dirigido por el arqueólogo Enrique Alonso Alonso y la presencia de miembros del grupo Guaniguanico.

En estos estudios se ha determinado que el sitio era lugar de habitación aborigen. Con prácticas funerarias in situs de las comunidades mesoindias que habitaron la localidad. Se logró extraer un entierro secundario, cuyos huesos habían sido coloreados de rojo, según práctica ritual existentes entre aquellos primitivos grupos humanos.
Dicho entierro fue reconstruido y puesto a disposición del museo de historia de Pinar del Río. El cual ha sido exhibido en vitrinas tanto en él, como en el Museo de Ciencias Naturales, Tranquilino Sandalio de Noda, de dicha ciudad.
En la superficie se encontraron restos de jutías y cangrejos, como los testigos más perdurables en el tiempo. Parte de la alimentación de estos grupos preagroalfareros del mesoindio de los aborígenes de Vueltabajo.
Aparecieron rocas de areniscas y bauxitas con huellas de que fueron utilizados como majadores y percutores y restos de una rudimentaria industria de piedra lasqueada. A esas evidencias el arqueólogo le asignó una antigüedad posible de unos 2000 años AP.
A 80 cm de profundidad, los arqueólogos observaron la existencia de una industria de piedra lasqueada más antigua, diferente a la observada en las capas que le precedieron que estimó entonces que pudiera haber tenido una antigüedad hipotética, cerca de los 5 000 años AP.
En ella se colectaron dos láminas de sección triangular, fragmentadas, cuya técnica de fabricación y tipología se corresponden con las de industrias líticas más antiguas del Caribe. Similar a las existentes en Mayarí o en los farallones de Levisa, cuyos fechados son de 6 500 años AP.
Los especialistas en piedra tallada como el polaco Kozlowski, estimaban la posibilidad de que algunos artefactos encontrados en esas áreas del oriente cubano, pudieron ser de una antigüedad cercana a los 10 000 años AP.
El Dr. Enrique Alonso realizó una primera aproximación a la ocupación del espacio y la dividió en tres momentos: la última muy alterada, entre la superficie alterada y los 25 cm, en ella aparecieron sílex lasqueado con técnica rudimentaria.
La ocupación entre los 65 y 80 cm, apareció sílex en microláminas de una ocupación tardía, con presencia de morteros. La ocupación más temprana se encontró entre los 80 cm y 1.00 m y quedó representada con la presencia de sílex en láminas.

Los entierros parecen corresponder a una época de la industria de sílex con lascas rudimentarias; por su parte. las microláminas son parte de un posible tránsito de la industria de láminas toscas a formas de lasquear adaptada a la localidad dada la materia prima encontrada en la región. Finalmente, las láminas debieron ser de períodos temprano preagroalfarero y fueron traídas por los primeros colonizadores aborígenes del espacio.
Esta tesis lanzada, en una primera aproximación, por Enrique Alonso en un artículo que se publicó en el diario Juventud Rebelde ese mismo año, creaba una nueva perspectiva de que las capas más profundas del sitio, tuvieran una relación con el paleoindio cubano.
Ello establecía nuevos puntos de partida para el estudio de las comunidades primitivas de la nación. Años después, en pleno siglo XXI, los entierros encontrados en río Canímar Matanzas, mantienen esta expectativa, que pudiera cambiar la historia de la ocupación del territorio por los aborígenes llegados a Cuba.
A pesar del tiempo pasado y de los estudios realizados desde el siglo XIX, la arqueología cubana tiene mucho que decir todavía acerca de la ocupación del espacio por los aborígenes cubanos.
Muchas veces el encarar trabajos de arqueología segmentados por las actuales divisiones político administrativas se crean una discontinuidad en los resultados, cuando se abordan los sitios como elementos puntuales independientes. Ellos pueden encubrir la objetividad de los resultados posibles a alcanzar.
Por solo poner un ejemplo, dividir el censo arqueológico de la región histórica de Vueltabajo por las actuales provincias y municipios, lo cual es un principio metodológico que también se aplica en el actual Censo Arqueológico de Cuba, encubre la perspectiva de la relación que establecen entre sí los paisajes, con los diferentes grupos aborígenes.

Esta es otra dimensión de análisis, hacia donde se deben extender las técnicas investigativas en el futuro. El Dr. Enrique Alonso Alonso, en la etapa entre 1970-1990, fue uno de los pioneros en la arqueología en Cuba durante esta etapa importante en las ciencias geográficas, con la introducción de los saberes científico-metodológicos que imponía la Geografía de los Paisajes.
La dinámica investigativa ha puesto de moda diferentes aspectos de dicha ciencia. Cada vez jugan papeles predominantes las nuevas tecnologías con la aplicación de programas novedosos de interpretación del Paisaje. Los cuales logran su interrelación en diferentes escalas.
La tecnología y los nuevos conceptos geo-referénciales transdisciplinarios, van a una velocidad, pero la arqueología cubana aún no se ha insertado en el enfoque de sus metodologías con la misma dinámica y mantiene viejos cánones de análisis, que piden a gritos su evolución.
Todavía hoy luego de aquellos primigenios estudios arqueológicos, que son parte de la historiografía arqueológica de Cuba, la cueva del Jagüey de Pan de Azúcar, es ejemplo, entre cientos, de historias por contar, ¿Qué esperamos?


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