De La Colonia a Jaimiquí
La salida de Las Martinas con destino a La Colonia para tratar de llegar a Jaimiquí se puede hacer aún al amanecer, para aprovechar el día. Uno de los lugares más interesantes de este recorrido es visitar la llanura al sur de la carretera Manuel Lazo-Cortez
Se avanza con cuidado por la vía asfáltica, a punto de convertirse en terraplén arenoso en dirección a las fincas del asiento de La Colonia; área bastante poblada de unos 2 km2 con alrededor de unas 110 casas de viviendas.
Son tierras muy fértiles, destinadas al cultivo del tabaco rubio; con árboles aislados, donde sobresale airosa de la devastación, la Ceiba; algunos como el almácigo y el piñón florido o desnudo, como lo conocen los guajiros, delimitan veredas, al fondo, se observa un dosel verde irregular que delimita el área de cultivo, es el monte firme, por desgracia la primera línea ha sido conquistada por la aroma y el marabú, mal ejemplo del abandono de los bosques en esta región, todo sobre suelos muy arenosos y profundos.
El nombre de la población al parecer está relacionado con un antiguo asiento de canarios que se agruparon en forma de colonial, similar al mismo topónimo existente al sur del poblado de Cortes.

Por los caminos de la Trocha de la Colonia a Jaimiquí
Este es un punto importante en la antigua trocha de fortificaciones española del siglo XIX denominada: Sitio Nuevo a Jaimiquí, pues entrelazaba los caminos provenientes de los escenarios rurales de Gener-Las Martinas-Jaimiquí.
Fue aquí cuando en 1986-1990 un grupo de muchachones espeleólogos, historiadores, arqueólogos, todos grandes soñadores, estudiaron dicha línea fortificada, en compañía de profesores, alumnos y alumnas del Instituto Superior Pedagógico de Pinar del Río.
Durante el siglo XVIII los propietarios de esta zona era la poderosa familia del clan Pedroso. Dejando atrás, en dirección sur, vegas de tabaco famosas desde antaño, el jeep se acerca a los farallones de Jaimiquí, atalaya frente a la mar impresionante.
Este es uno de los puntos de inicio o culminación de los fortines y un cementerio de servidores al ejército español de la guerra de 1895, perteneciente a la trocha o línea militar fortificada Jaimiquí-Sitio Nuevo, cuyo objetivo, fallido por demás, era controlar el paso insurrecto a la zona más occidental de la isla, y evitar, el desembarco de las expediciones mambisas que abastecían de armas a las tropas que ya luchaban en Cuba.
Para el segundo semestre de 1896, España inició un amplio plan de construcción de fortificaciones, con el objetivo, además de los mencionados, de proteger las zonas ricas en producción tabacalera y alimentaria y garantizar el traslado de las producciones a La Habana para a través de las exportaciones financiar la guerra, por la que habían jurado obtusamente gastar: “hasta la última peseta y hasta el último hombre”.
Las construcciones militares fueron concebidas a una distancia de 250 metros entre sí, con tres cercas de cinco pelos de alambre cada una y construida con el aporte financiero de los mismos propietarios de las tierras que eran fieles a la Corona.
Desde La Colonia al monte firme hay un total de tres kilómetros y de aquí a la costa un kilómetro y setecientos cincuenta metros, pero el camino dentro del bosque está perdido, el objetivo es llegar a la costa y encontrar los restos del extremo sur de la línea militar.
Auxiliados por guajimapas (campesinos locales conocedores de su territorio que se brindaron al paso por La Colonia), combinando el esfuerzo físico con el intelectual, guiados por mapas y brújulas comienza la penosa marcha con los machetes en la mano a través del marabú, el bosque semideciduo, casi manigua, el bosque bajo espinoso del breñal costero y finalmente, las cactáceas del farallón; poco a poco los exploradores lograron ir venciendo grandes obstáculos, la fuerza de los machetes fueron abriendo la senda.
Una vez sobre la línea costera afarallonada, era muy difícil caminar sobre las afiladas y puntiagudas cuchillas de diente de perro de hasta tres metros de altura muchas veces, de elevada fragilidad, cuyos picos y cuchillas descalcificadas, innumerablemente cedieron ante el peso de los aventureros y otras llegaron a cortar las botas como navajas, penetrando e hiriendo los pies llagados y ya desnudos a esa altura del recorrido.

Jaimiquí. Victoria
Tras dos horas de dura faena arribó la comitiva a Jaimiquí, los gritos de victoria no se hicieron esperar y algunos pensaban ya en el retorno, cuando la mayoría de las botas rusas eran simples alpargatas amarradas con los cordones, por su destrucción.
Lo observado impresionó a todos, un rectángulo cortado a pico en la roca viva por debajo del nivel del diente de perro, escondido al borde del paredón, a una altura aproximada de 15 metros sobre el nivel del mar: que en su borde sur se abre en un acantilado con nichos fósiles de marea que impresionan y al menos avezado puede incluso dar vértigo.
Ubicado en las coordenadas X:(173,600) Y:(236,300) en la hoja 3381-I a escala 1:50 000 del ICGC. El área que ocupaba el fuerte está rebajado y aplanado sobre la roca del filoso lapiaz a una profundidad de 1,50 m en forma de amplia trinchera hecha a dinamita y emparejadas con medios manuales, barretas, coas, picos y mandarrias, es un rectángulo de 17,5 m con dirección este-oeste y un ancho de 7 m con dirección norte-sur, es decir, unos 122,5 metros2.
La cubierta de madera y guano ya no existe, sólo se encontraron los huecos perfectamente redondeados y profundos, huella de los antiguos horcones que sostenían dicha estructura, quizás el suelo fue entablado sobre el lecho rocoso, También en el extremo oeste existe otro saliente esta vez más bajo y rectangular menor que el anterior, que podría haber sido la letrina sanitaria, la cocina o un pequeño cobertizo o almacén.
En el caso de este fuerte, al parecer ya existía desde 1880, ello queda justificado por mapas anteriores a 1895 que lo sitúan en esa fecha en el lugar, porque es una magnífica altura de observación de donde se domina desde punta La Yana hasta Cabo Corrientes y de dónde se podía informar si un barco osaba entrar a tierra cubana por esta zona despoblada y salvaje.
Imagínese todos las aventuras y desventura de esos pobres soldaditos quintos, llegados casi a la fuerza a servir a un Rey que no los representaba, los explotaba en sus tierras natales y escenario donde eran sometidos a largas vigías del mar y a guardias nocturnas, en tierras que son el reino de infernales plagas de jejenes, mosquitos, rodadores y demás insectos, los cuales no les dejaría respiro en toda la noche, con esos uniformes calenturientos, cuando el terral primero los ponía a sudar y la brisa brillaba por la ausencia y el mar en calma, imperturbables atraía las plagas con mayores enjambres cada vez.

Súmesele a ello el miedo perenne a ser sorprendido o pasados por cuchillos, porque existen evidencias escritas de que este fortín fue atacado varias veces por tierra y finalmente volado con dinamita por las tropas mambisas.
Entonces por primera vez en mi vida comencé a entender el drama apocalíptico que representó y podría representar para este pueblo otra guerra de desgaste, como las que se han tenido que librar por la independencia de Cuba.
Conociendo las dificultades por las que hemos pasado para llegar a Jaimiquí, es fácil imaginar: tener que tomar agua salobre de algún pozo, algo más tierra adentro; la escasez de alimentos, al dificultarse la llegada del rancho a lugares tan atrasados, busqué una posible bajada a la mar y en dos kilómetros a la redonda es a corte de pico y dudo que algún bergantín o fragata se atreviera acercarse a esta costa brava, por miedo a ser arrojados por la fuerza de las olas diurnas, contra la roca.
Imagínese el lector, en una noche oscura y bajo fuertes dolores de estómagos, asediados por los insurrectos que eran expertos conocedores del terreno y acostumbrados al clima, las plagas y andar descalzo sobre este diente de perro, así como les digo; he visto, durante los años de exploraciones a Guanahacabibes, a varios de los habitantes locales, correr descalzos por sobre este lapiaz como si fuera una autopista; en fin, que hacer ante esta situación y luego vivir dentro de esa inmundicia un pelotón o una escuadra, vaya a saber en composición de que destacamento militar se encontraban.
Debió ser angustiante para esos niños vestidos de soldados que llegaban a Cuba, en cumplimiento de su servicio militar, luchar en una guerra que nada tenía que ver con su tierra, familias o intereses.
No por gusto los hospitales militares estaban más llenos de enfermos que de heridos en combate y las sustituciones de servicios debieron ser constantes, es indiscutible que la moral combativa de esos españoles debió ser nula y los cubanos supieron aprovechar cada brecha de este tipo, para combatirlos y ocasionarles gran número de bajas.
Entonces así creció ante mis reflexiones, aún más, el sacrificio de nuestros compatriotas, que en circunstancias similares había escogido la manigua como campamento y las adversidades incluyendo la sed y el hambre, era más perentorias aún.
Por ello, en las noches los más expertos exploradores salían a forrajear a los campos cultivados y defendidos cada uno por fortines como estos llenos de alambradas y fuertes guarniciones de soldados, que estaban dispuestos a darlo todo por ganar una condecoración o estímulos que les permitiera salir de este infierno.
El sol descendía a su encuentro con el horizonte y el dorado y amarillo-rollizo comenzaba a dibujar el lugar del beso eterno y llegaba la hora de marchar hacia el campamento, a riesgo de que no hacerlo nos sometería a similares privaciones a la pasada por aquellos imberbes embarcados jóvenes españoles, que sostuvieron esta posición durante las funestas noches donde la muerte acechaba por la guerra o por los efectos mortales del acoso de la naturaleza.
Eché andar sobre el diente de perro, casi sobre mis antiguos pasos y, al volver la vista atrás, sentí un gran escalofrío, esas desgarradoras imágenes no se apartaban de mi pensamiento y rodó una lágrima por mi mejilla ¿cuánto inocente, sirviendo al lado equivocado, hubo de perecer y malgastar su vida entre esas rocas y salitres? quizá nunca lo sepa, y ojalá nunca más se repita esta historia desde La Colonia a Jaimiquí.
