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EL ÚLTIMO CASERÍO DE CUBA

La Bajada

Dejamos atrás La Jaula, oasis poblado entre tanto verdor. A unos diez kilómetros nos acercamos a un claro en el bosque, instantes después, desembocaríamos por el centro entre la Estación Meteorológica -o el Radar de la Bajada como también se le conoce- y la Estación Ecológica del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. 

En 1972 se comenzó a construir la instalación donde se montaría el Radar. Un año después, se iniciaron las observaciones en esta unidad que ha sido de mucha utilidad para detectar y darle seguimiento a los organismos meteorológicos (depresiones, tormentas severas locales, tormentas tropicales y huracanes) que tanto afectan al extremo occidental de Cuba.

Construido con tecnología japonesa, a lo largo de estos cuarenta y ocho años ha ido recibiendo las reacdactaciones tecnológicas necesarias, acorde con los avances científico–técnicos de la meteorología moderna.

Frente a este coloso meteorológico se encuentra la Estación Ecológica y dirección del Parque Nacional Guanahacabibes. Esta zona fue declarada por la Unesco en 1987 como Reserva de la Biosfera.

En 1991 el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministro aprobó, conceder la categoría de Parque Nacional para el manejo de todo este territorio. La cual permite los estudios, monitoreos y preservación de todo el espacio, dentro del concepto del desarrollo sostenible.

Cueva de las Perlas

Un cartel indica que, a sólo un kilómetro de estas instalaciones, en dirección al oeste, se encuentra esta espelunca. Inicialmente se denominó cueva de Las Lámparas. Ahora gracias a unos gours (estanques) de agua, secos, llenos de rocas redondeadas y cristalizadas de carbonato de calcio, bautizadas como perlas de cuevas, sustituyó el nombre. La belleza de sus salones la convierten en una joya de la naturaleza Guanahacabibense.

Hace veintinueve años un colega, José Alberto Camejo Lamas me comentó que había descubierto una cueva detrás del pueblo de La Bajada. Hacia ese sitio nos dirigimos un grupo de espeleólogos.

Dentro del antro le pregunté por el nombre, no me contestó y llevó a un salón oscuro, donde a la luz del carburero, relucían –en el piso- hermosas y grandes perlas de cuevas, de diversas formas, ovaladas, redondeadas, triangulares, y otros modelos.

En un extremo de la pared del salón se podían apreciar especies de unas lámparas de calcita que Camejo consideraban semejantes a las lámparas de aragonito de la cueva Borrás Valcárcel de la Gran Caverna de Santo Tomás, de aquí su primer nombre.

Como casi todas las cavidades que se desarrollan en este lugar están formadas por la acción de las aguas subterráneas. Con gran influencia de las aguas de lluvias. En este escenario, quince grandes claraboyas o aberturas al exterior dejan penetrar los rayos solares a lo largo de sus más de 1 500 m.

En un eje norte-sur, permite una claridad natural. Casi no es necesario el uso de luces suplementarias. Las paredes, el piso y el techo están tapiadas literalmente por gran cantidad de formaciones secundarias.

Predominan estalagmitas, estalactitas, columnas, entre otras formas del arte pétreo cavernario. cuyo único escultor, el agua, es capaz de representar las más extraordinarias formas.

La existencia de evidencias arqueológicas del período mesolítico nos indicaba las excelentes condiciones de esta cavidad para la vida. Aquí aparecieron restos de percutores, majadores, vasijas de concha y martillos de Strombus gigas.

Nos detenemos ante un enigmático lago subterráneo de aguas oscuras que nos impide continuar secos. Este manto subterráneo funciona de forma activa y se extiende a lo largo de 200 m más de galerías y conductos subterráneos.

La galería posee anchos superiores a los diez metros y profundidad de dos metros; sus aguas desembocan en una gran dolina colapsada, que es una de las tantas entradas de esta espelunca.

En sus frías aguas pudimos apreciar la presencia de peces ciegos del género Lucífugas sp. Mientras el río subterráneo continúa a través de grietas y otras cuevas, hasta emerger en el litoral costero, que muy bien pudiese ser uno de los tantos manantiales de agua dulce que resurgen al mar, como: Poza Redonda o Poza de Juan Claro.

Esta cueva continúa. Es hoy la mayor cavidad de Guanahacabibes explorada.

Poblado La Bajada

Caminamos por dentro del bosque hasta el poblado de La Bajada. Ubicado casi en el fondo de la ensenada de Corrientes. En las coordenadas 84o28’48’’ de latitud norte y los 21o55’12’’ de longitud oeste, a tres metros de altura sobre el nivel medio del mar.

La vista del azul del Caribe se contrasta con el blanco de las playas -rocosas en sus fondos- y el verde de los bosques. Policromía que desde aquí se aprecia y hacen de este recóndito sitio, remanso de paz. Lugar excelente para salir del stress de las ciudades.

Se llega al caserío por su extremo oeste y desde que se entra en él está marcada la obra de la Revolución. En 1963 se inició la construcción de treinta casas con el objetivo de reunir a todos los pobladores de Cabo Corrientes y mejorar su nivel de vida.

La población inicial fue de ciento cuarenta y dos vecinos. A lo largo de estos años sus habitantes han oscilado entre los cientos seis y hasta los ciento sesenta y tres habitantes, organizados en treinta núcleos familiares.

Las labores en lo fundamental es la apicultura, ganadería de cerda extensiva y el trabajo forestal. Aquí se construyó una escuela primaria para 39 niños. Existe una unidad de servicios múltiples tienda-bodega para garantizar los abastecimientos a esta población.

En 1964 se mejoró el camino que comunicaba este apartado lugar de nuestra geografía con el pueblo de El Cayuco (Manuel Lazo), años después fue asfaltado. En 1970 se construyó la unidad de correo para mejorar la comunicación con el resto del país.

La energía eléctrica es a través de una planta y hasta aquí llega las señales de radio y televisión, gracias a una repetidora instalada en la loma La Capitana, municipio Guane.

Antes de 1959 en esta zona existía un pequeño aserrío que fue intervenido por la Revolución. Los dueños de esta región eran los tristemente conocidos “concesionarios”.

Personajes inescrupulosos a los que los gobiernos entregaban el uso de las tierras para su enriquecimiento. Explotaban a la población local dispersas y los hacían trabajar en los cortes de árboles de 12 y 14 horas. Les pagaban en vales y los mantenían endeudado, aprovechándose de la ignorancia y el analfabetismo.

La ley que predominaba eran los antojos de estos señores. La guardia rural cumplía sus caprichos e intereses. El Cabo como se llamaba esta región se convirtió en un lugar donde vivían emigrantes (españoles por lo general), prófugos de la justicia.

Sus bohíos no tenían baño interior, piso de tierra y eran construido de las yaguas o tablas de palmas, sus techos de hojas de ese árbol. No existía en la región asistencia médica, ni otros servicios básicos. En resumidas, los hacían vivir en la miseria más atroz y sin esperanzas.

El historiador Gerardo Ortega Rodríguez escribió la historia del actual municipio de Sandino y relató el caso de un tal Lucas, que se ahogó en el barco “La Evangelina” junto al patrón Regino (a este hecho se le llamaba la tragedia de Cabo Corrientes).

Hizo referencias de otros concesionarios como: Soto (El Chulón), quien le vendió las tierras al Sr. Antonio Lago, convirtiéndose su hijo, Rodolfo Lago en el capataz, este emigró a Nicaragua en 1959.

Un concesionario famoso fue Alberto del Busto, natural de San Juan y Martínez, quien dominaba gran parte del Cabo de San Antonio. Al triunfo de la Revolución salió de Cuba huyéndole a la justicia revolucionaria. El 20 de octubre de 1959 fue capturado, en unión de varios agentes de la Cia., tratando de infiltrarse en la zona.

Hoy estamos invitados a cenar en casa del buen amigo Jesús Valdez Herrera de 54 años. Padre de una familia pequeña. En su mesa encontramos el clásico arroz con frijoles negros, acompañado de masa de cerdo, tamal, chicharrita y un buen café criollo.

En la sobremesa nos cuenta de un jefe de corte de apellido López, de origen español, que antes de advenimiento del triunfo revolucionario estaba casado con una mujer muy fuerte, que le decían La Runga.

Era un capataz abusador ya que trataba muy mal a los obreros agrícolas. Si embargo, a pesar de que estos hombres y mujeres sufrieron en carne propia las amarguras y la desolación, nunca perdieron la bondad y la sencillez que caracterizan al montuno cubano.

La noche muy oscura se ha impuesto y decidimos dormir en unos cuartos muy cómodos que han sido acondicionados en el Radar meteorológico a unos dos kilómetros de donde habíamos cenado.

Nos trasladamos hacia ese sitio. Un sin número de puntos rojos nos observaban desde lo lejos y no se veía que era.  Entre nosotros iba un novato, a quien empezamos a contarle, mientras nos acercábamos a los puntos rojos, sobre los fantasmas de El Cabo.

El joven, comenzó a detenerse y nosotros lo empujábamos y le decíamos, que ese era el momento de resolver el secreto, porque si los fantasmas veían que él tenía miedo, no lo dejarían dormir.

El joven arrancó a correr dando gritos: — yo no tengo miedo, —yo no tengo miedo.­– movía el cuerpo y las manos en danza diabólica, todos caímos sobre el asfalto muertos de risas, mientras por nuestro lado pasaban asustados el ganado vacuno montarás, que habita de forma extensiva en esta Península.

Cuba Pasaje a la Naturaleza.

Guanahacabibes XXXIX

De Cuba Pasaje a la Naturaleza. Guanahacabibes XXXIX

Pedro Luis Hernández Pérez

Pedro Luis Hernández Pérez

Miembro Ordinario de la Sociedad Espeleológica de Cuba
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