
ENTRE TINIEBLAS Y MISTERIOS
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Raudel Del Llano

El 23 de junio del 2001, cuatro miembros de nuestro grupo, mientras terminábamos de explorar una galería secundaria en cueva Geda, nos ocurrió un hecho imperdonable, nos quedamos sin luz dentro de una galería laberíntica y accidentada.
Cueva Geda presenta dos niveles de cavernamiento bien definidos. Cada uno de estos dos niveles tiene un gran desarrollo y son de considerables proporciones. Esta caverna posee pocas galerías secundarias, y las que se llegaron a localizar y explorar, fueron estrechas y de corto desarrollo. Una de estas últimas nos provocó que pasáramos el mayor susto, de la expedición que organizamos para su cartografía, pero que terminamos explorando en toda su dimensión.
Corría el año 2001 y ya en cueva Geda habíamos realizado varias expediciones, tanto de exploración como de topografía. No esperábamos nuevas sorpresas, pero en una cueva de grandes dimensiones, las sorpresas siempre pueden estar al doblar de cualquier galería.

Justo en el salón de entrada de la cueva, en una de aquellas expediciones, dos integrantes del grupo, Eddy Iglesias y Yasniel Reyes, se aventuraron a escalar hasta un pequeño orificio muy cercano al techo. Cuál no sería la sorpresa, al encontrar un pequeño y laberíntico sistema de galerías a esa altura. Ese día exploraron una parte del mismo y lo comunicaron al grupo.
Estas galerías, por demás, nos depararon dos misterios, que hasta el día de hoy han sido incomprensibles para nosotros. Justo cuando se llega a un pequeño salón que se bifurca en dos direcciones, se encontró una huella perfectamente definida de un pie descalzo. Y unos metros más adelante, en una estrechura de un pasadizo, aparecieron hilos de colores de un tejido sintético. Por la ubicación, lo difícil de la escalada y por presentar una única entrada, aquello nos sorprendió y nos hizo pensar por mucho tiempo.

El 22 de junio del año en cuestión, arribamos al centro turístico El Palenque, 4 miembros del grupo. Como tantas otras veces queríamos pasar la noche allí para subir bien temprano en la mañana a cueva Geda. Esta caverna se encuentra a unos 70 metros sobre el nivel del valle, pero justo enfrente a este centro. En noches de discotecas, desde la entrada de Geda se podía disfrutar la música grabada o en vivo que sonaba en el bar de la cueva de José Miguel.
Además de quien les escribe y el mencionado Yasniel, también participaban en la expedición, Roylán Rivera (Coqui) y Samuel Hernández (El Varón).
Al amanecer del sábado 23, nos levantamos como de costumbre y comenzamos la subida que ya nos sabíamos de memoria. Además de nosotros 4, debíamos esperar al presidente del grupo, Conrado Méndez, quien llevaría los equipos para mapear la nueva galería. Pero por problemas médicos este nunca llegó. En la tarde también esperábamos la llegada de Hilario Carmenate, avezado espeleólogo y fundador del grupo Guaniguanico, quien se nos uniría en la entrada de cueva Geda.
Al ser imposible topografiar la galería, decidimos explorarla detalladamente hasta sus últimos rincones.
En aquella época, apenas contábamos con lámparas de carburo, o carbureros como les llamábamos. Y por si fuera poco, eran de nuestra propia manufactura, ¡hechos con cafeteras! Las lámparas de carburo cuentan con dos depósitos, uno encima del otro. El superior para el agua y en el inferior se colocan las piedras de carburo. Entre ambos depósitos se coloca una llave que regula la caída del agua en el carburo y de la reacción se produce un gas que, a través de una manguera, llega hasta un quemador habilitado en el casco y ahí se enciende la llama para el alumbrado.
Tanto el agua como el carburo tienen un tiempo limitado y según la capacidad de los recipientes es el tiempo de luz que se tiene, por lo que se debe siempre llevar reserva para ambos, por separado. Para reabastecer las lámparas, se calculaba el tiempo transcurrido desde su puesta en funcionamiento, o sencillamente se hacía cuando la llama comenzaba a menguar.
Por demás, los cascos originales cuentan con un encendedor que produce una chispa que posibilita el encendido del gas. Pero, tampoco disponíamos de aquellos avances. Los nuestros los encendíamos con fósforos (cerillas). Y en una cueva, muchas veces la alta humedad solía inutilizarlos por ende, no eran muy recomendables.
Las luces de lámparas de carburo tienen la ventaja de iluminar a la redonda, por lo que, en aquella ocasión, pensamos que nos bastarían las dos únicas lámparas que teníamos para los 4 exploradores.
Los más de 200 metros de galerías fueron exploradas a fondo. Eran 273 metros para ser exactos, según las mediciones realizadas en una expedición posterior.
Ya agotados, pero con la satisfacción del trabajo meticulosamente realizado, nos dispusimos al regreso. Atrás quedaban las emociones del día en tan misterioso antro, donde también aparecieron restos presumiblemente de Megalocnus rodens, especie de perezoso extinto. Ya de salida, las llamas de ambos carbureros parecían también cansadas. La emoción de la actividad exploratoria no nos había permitido pensar en el recambio necesario.

Coqui delante con su carburero, yo detrás con el mío. Llegamos a la galería estrecha que conducía a la salida de la cavidad.
Marchábamos bromeando, como casi siempre. Nadie sospechaba que la jornada aún no terminaría. Doy un pequeño salto, de los inevitables en una cueva, y mi iluminación desaparece. Como si intuyera algo detengo al grupo y le pido a Coqui que me preste su llama.
Ya casi llegando a mí se le apaga el suyo también. Se me hiela la sangre. Unos prefieren callar, otros blasfemar. Solo yo sé que los fósforos no son muchos y me preocupó que se hubieran humedecido en la espelunca.
Uno a uno los fósforos perdieron el mixto. Yasniel probó también, no le encendió ninguno. Me pasó la caja, agoté hasta el último. Pensé que El Varón debía estar rezando ya en aquel momento, casi lo oía. Me preocupaba tanto el tiempo que podíamos estar allí atrapados como la reacción de cada uno. El pánico en ciertas ocasiones puede ser un enemigo poderoso e incómodo.
Nuestra mayor esperanza era que Hilario vendría ese día, y aunque no conocía la entrada a la gruta, al menos se daría cuenta de nuestra ausencia del campamento. En el caso de no vernos regresar, daría la voz de aviso.
Creo necesario aclarar que dentro de una cueva, si no se está cerca de una entrada de luz natural, la oscuridad es absoluta. La diferencia allí entre el día y la noche no tiene la más mínima importancia.
Decidimos avanzar a tientas en dirección a la salida. Caminando, me registré el bolsillo, encontrando un último y prófugo fósforo. Sin decir nada lo froté en mi ropa para que perdiera la humedad. Después de unos segundos probé la “última bala”, la cual se inmoló y cayó decapitada.
Unos metros más adelante dejamos de tocar las paredes de la angosta galería y bajamos a un pequeño salón. La cosa se complicaba. Seguir una galería estrecha es cosa fácil, pero cuando la misma se amplía las posibilidades de desorientación son mayores. Como medida de precaución pusimos los equipos de progresión que llevábamos en el suelo, en el mismo punto de entrada al salón. De esta forma garantizábamos no volver sobre nuestros pasos.

Entramos todos, al menos eso suponíamos. Se hizo necesario llamar a la tranquilidad. Estábamos tan cerca uno del otro y todos gritábamos a la vez. El ruido se me hizo insoportable mientas nuestros ojos querían ver en la nada. El salón donde nos encontrábamos era pequeño, se recorría todo su perímetro en pocos segundos.
Dos o tres de nosotros, a lo mejor todos, buscábamos a tientas con las manos la posible salida de allí, pero era infructuoso. Estuvimos alrededor de una hora, aunque la verdad, no teníamos mucha idea del tiempo transcurrido. Aquel salón parecía no tener salida, pero esto resultaba ilógico, pues suponíamos que estábamos en el camino correcto. Me introduje en un agujero muy estrecho del cual salí de nuevo por no recordar haber pasado por un lugar así.
Después de buscar mucho, decidimos descansar un rato. A lo mejor, el sosiego nos hacía pensar mejor. Invité a hacer chistes, con el objetivo de elevar la moral, distraer y calmar los ánimos. Al rato dormitamos un poco, al menos nos pareció. Quién sabe, quizás solo pensábamos. El estar atrapados no permite sueños placenteros.
A las dos horas aproximadamente comenzó de nuevo la búsqueda. Atamos la cuerda, que medía 50 metros, a una estalagmita. Pensé que si la salida no estaba a nivel del suelo, debía estar por encima. Con las manos descubrí una pared que se inclinaba a mi altura. Subí por ella, llegué arriba y comencé a bajar mientras iba desenrollando la cuerda que llevaba en mis manos. Avancé casi todo el tiempo por intuición.
Me arrastré por una pequeña gatera y seguí caminando. Mis manos atrapaban fuerte la cuerda por si aparecía un hoyo. Un paso en falso y podía caer en un abismo. Justo llegando al final de la cuerda aparentemente vi claridad, pero no estaba seguro. Por algunos segundos creí que mis ojos me engañaban pues lo que veía era algo muy tenue. Solté la punta de la cuerda y avancé para asegurarme. ¡Grité! Era la salida. Detrás oí los gritos de júbilo.
Ya Hilario nos esperaba en el campamento después de haber explorado solo en el abra exterior de la cueva. Sorprendido nos vio bajar uno a uno desde la oscuridad y le contamos nuestro percance.

Más por el susto que por la necesidad, esa misma tarde recogimos todas nuestras cosas, nos despedimos de cueva Geda y partimos de regreso a casa.
Hilario siguió hacia sierra San Vicente, en otra de sus tantas exploraciones en solitario, en la búsqueda de las evidencias aborígenes que siempre le han cautivado.
- Raudel Del Llano
- October 1, 2020
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