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EXPEDICIÓN “TURQUINO 3”. (I)

Humberto Vela Rodríguez
La idea

El deseo de realizar una nueva expedición al Pico Turquino se mantuvo latente durante muchos años en los miembros más viejos del Grupo Espeleológico “Cayo- Barién”. Allá, en la cima, junto al busto de Martí, había quedado enterrado desde 1985 un frasco de cristal con los nombres y firmas de ocho de sus miembros.
Yo lo había escalado por primera vez a los catorce años, cuando aquel movimiento de los “Cinco Picos” y una severa enfermedad sólo me permitió hacerlo una vez. Después, por segunda ocasión, durante la expedición de 1985, con treinta y nueve años, y ahora, con sesenta y uno, ansiaba un tercero. Martín, por su parte tenía dos, el primero en 1985 y el segundo en 1997, cuando lo acompañaron dos miembros del grupo. A mediados del actual año (2007) le dije sin mucha convicción: “Me voy al Turquino”, y recibí su adhesión inmediata.
En agosto apareció en mi casa El Médico, afiliado a otro grupo, ansioso de aventuras. “Lo que hay es el Turquino”, le dije y se entusiasmó, y aunque después desistió por varias razones, el encuentro se convirtió en el motor impulsor del viaje. Hablamos con los restantes colegas del grupo. Ramoncito y Minerva aceptaron de inmediato, después Andy y Sandy. Martín invitó bajo los efluvios alcohólicos en las fiestas del pueblo a José Armando, un excelente fotógrafo que también bajo las influencias de Baco aceptó sin reservas. Finalmente Sandy no pudo ir y el piquete se estableció en seis.
Inicialmente se intentó viajar a finales de agosto, pero la base de campismo “La Sierrita”, ubicada en las estribaciones de la Sierra Maestra y concebida para alojar a los escaladores, estaba repleta; y por otra parte la fecha de autorizo para el ascenso que otorga el Parque Nacional Turquino no convenía a todos. Se pospuso entonces la expedición para septiembre: trece y catorce para subir y bajar y alojamiento en la base desde el once hasta el quince, que logramos con el envío de un giro telegráfico.
Los participantes
Martín Núñez Rodríguez. Fundador y presidente del G.E. “Cayo- Barién”. 49 años. Licenciado en Geografía y Especialista Principal de la Estación Meteorológica de Caibarién.
Ramón Ruiz Carpio. Miembro del Grupo desde el 5 de enero de 2005. 28 años. Músico.
Minerva García Morejón. Miembro del Grupo desde el 21 de junio de 2006. 20 años. Técnica en informática.
Andy González Espinosa. Miembro del Grupo desde el 22 de diciembre de 2002. 22 años. Estudiante.
José Armando Ocampo González. 46 años. Fotógrafo y Técnico de la estación de Monitoreo Costero de Caibarién.
Humberto Vela Rodríguez. Miembro del Grupo desde el 14 de enero de 1985. 61 años. Especialista en murciélagos.
Los Preparativos
Viernes 7.
Por la tarde nos reunimos en mi casa los turquineros. Se acuerda denominar a la expedición “Turquino Tres”, en alusión al hecho de que dos de los participantes lo subirán por tercera ocasión. Se designa a Martín jefe de la misma, a Ramoncito el económico, José A., fotógrafo y yo como relator. Decidimos la creación de un fondo monetario común para gastos colectivos, la impresión al término del viaje de una foto afiche significativa y de la versión final de la relatoría para entregar un ejemplar a cada participante y otras personas interesadas.
Sabado 8.
Martín, Andy y yo madrugamos para tomar el tren de las 4:20 a.m. con rumbo a Santa Clara, a fin de hacer las reservaciones del tren Habana-Manzanillo. En la agencia hay pocas personas. A las ocho abre y entramos a un local limpio y climatizado donde nos atienden con esmero. Primero una empleada informa sobre las capacidades disponibles en trenes, ómnibus, aviones y barcos (¡!). Logramos finalmente cuatro pasajes hasta Bayamo y tres hasta Yara, y la sugerencia de la expedidora de “luchar” a bordo el unánime destino hasta Yara. Vi en el mapa que las distancia entre ambas ciudades es de 33 km y entre Yara y Bartolomé Masó de unos 12. Según Martín no es difícil hacer el trayecto a pie entre este último y la base de campismo “La Sierrita”, aunque después constataríamos que su anterior oportunidad debió hacerlo borracho porque un camión demoró sus veinte minutos en llegar.
Domingo 9.
José A. viene por la mañana y me dice que él se encargará de comprar los boletines para la guagua Caibarién-Santa Clara que deberá salir mañana a las 2:40 p.m. Sandy aparece por la tarde con la noticia de que no podrá ir por tener un familiar allegado en estado muy grave.
El viaje de ida

Lunes 10.
A las 2:00 p.m. se dan cita en mi casa los miembros de la expedición ataviados con bultos y mochilas. Ramoncito no carga esta vez el enorme “Gusano” negro que rebeló a Minerva en Caguanes. Martín viste una pantaleta, botas y medias casi hasta las rodillas que me recuerda a un boxeador de la década de los cuarenta. Andy, atrincherado tras unas gafas enormes y yo también con pantaletas y botas, sin importarme mucho el desentono con mi avanzada edad. Los rostros, todos iluminados por el inigualable sabor de la aventura que empieza.
En la terminal Martín hace la primera: Se le cae estrepitosamente una cantimplora metálica y exclama “¡Coño, ya empecé!”. Hay poca gente. Nos dicen que la guagua está averiada y no saldrá. Comienzan los tragos.
Con las mochilas de nuevo en hombros caminamos medio pueblo hasta el “punto del amarillo”. Nos aconsejan ir al cercano “Cangrejo” por donde pasan las “Transcentro” del servicio turístico y tenemos éxito: A las 4:00 p.m. nos recoge una de esas guaguas y a las 5:14 p.m. estamos en santa Clara.
Vamos al Centro Meteorológico Provincial (Martín es del oficio), donde dejamos los bultos para recorrer el casco histórico de la ciudad. Compramos un par de buenas botellas con CUC, una de Vodka y la otra de Havana Club para brindar en la cima del Turquino. Comemos pizzas y continúan los tragos. José Armando despunta con su buen carisma desplegando un interminable repertorio de jocosas anécdotas, bebe como nosotros y lo consideramos nuestro enseguida.
Al anochecer regresamos al Centro. Este se ubica en el segundo piso de un céntrico edificio. Aquí Martín hace la segunda. Resulta que los habituales visitantes suelen llamar desde abajo y el meteorólogo de guardia lanza la llave de la puerta por el balcón evitándose asi la molestia de bajar. Martín la toma, intenta abrir y la parte en dos, quedando una mitad en el interior del picaporte. Pudo ser que ya estuviera debilitada por el uso, pero a nuestro amigo estos percances le caen del cielo.
Aquí nos muestran en una de las computadoras el pronóstico del tiempo para los siguientes días, con la posibilidad de la ocurrencia de algunas lluvias para el sur de Granma. Llamamos por teléfono desde allí a la Terminal de trenes y nos dan la buena de que el nuestro llegará puntual a Santa Clara y también a la base de campismo para asegurar la comida del siguiente día. Matamos el tiempo jugando cubiletes, Martín y yo nos damos un medio baño en un grifo del patio y siguen los tragos, los chistes y la emoción de la aventura que aún sigue comenzando. Vamos a la estación bien adelantados para confirmar los pasajes del tren que efectivamente llegó a Santa Clara poco antes de la media noche.
Martes 11.
A la 01:11 de la madrugada arranca el convoy. José Armando, Martín y yo ocupamos un cubículo compuesto por seis asientos desvencijados, sin portaequipajes en la parte superior, apestoso a orina donde pululan atrevidas cucarachas. Nos acompañan una joven morena y vivaracha, una mujer madura y parlanchina y un señor que no pronunció palabra en el tiempo que allí permanecimos. Todos los coches a oscuras, lo que dio pie a que Martín extrajera y accionara sus lámparas de leds.
Minerva por su parte, fue instalada en otro coche, en un cubículo similar acompañada de extraños, mientras Ramoncito y Andy quedaban también separados y entre desconocidos. Estos últimos hablaron con la ferromoza de su coche y esta accedió a trasladarlos, junto a nosotros a un coche adicional enganchado en Santa Clara que permanecía casi vacío. Pasaron por los cubículos nuestros con la buena y muy contentos fuimos hacia allá. Era un coche mejor y aunque también a oscuras, los asientos eran confortables siendo posible recostar las cabezas para dormir, y lo más importante, estábamos juntos. Claro, brindamos con un largo trago del exquisito vodka.
Dormitamos algo. A las 07:00 a.m. llegamos a Camagüey. Desayunamos panes con jamón y refrescos que compramos a uno de los tantos vendedores que abordan el tren. Saliendo de la ciudad conversamos con la ferromoza, la cual nos aseguró que no había problemas para continuar todos hacia Yara. En ese momento un hombre desde el andén, con un amplio sombrero de yarey y semblante malicioso bromea pesado con Andy y Minerva que asoman sus cabezas por la ventanilla: “¡Pelúa…Bollúa…!”, y José Armando reprime fuerte a Andy que ha respondido colérico y a toda voz: “¡Vete pa´la p…!”.
El tren sigue su marcha marcando al compás de las junturas de los rieles. Compramos una portentosa tajada de queso blanco que empleamos como saladito. Desde luego no han parado los tragos. A las 11:10 a.m. cruzamos sobre el río Cauto, a las 11: 49 a.m. vemos las montañas de la Sierra Maestra azuladas por la distancia y a las 12:14 p.m. llegamos a Bayamo. Martín y yo bajamos en busca de una botella de ron pero sólo hay de las caras y decidimos esperar hasta llegar a Yara. El tren emplea casi una hora en enigmáticas maniobras para deshacerse de la mayoría de los coches, ya sin viajeros. Por fin, parte para regalarnos el más sugerente paisaje de todo el recorrido.
Hacia la izquierda, ya cercanas y extendidas hasta más allá de nuestro destino, se levantan al cielo las cúspides de los picos montañosos, ocultas en tramos por la cubierta nubosa y los torrenciales aguaceros. Vamos prendidos a las ventanillas mientras José Armando no pierde oportunidad de retenerlo todo en las memorias digitales de su cámara. A la 03:00 p.m. llegamos.
Yara es un pueblo de historias patrias y de gente morena y mujeres hermosas de hablar cadencioso, llueve el ligero remanente de las tormentas de la montaña. El ron sigue caro y compramos otras dos botellas con CUC. La gente del lugar acude a uno artesanal y barato que denominan “Pertigal” (homólogo de nuestro “Calambuco”), que rechazamos. Cesó la lluvia y atravesamos el pueblo en medio de una quieta tarde hasta el “punto de recogida”, donde al poco rato abordamos un camión de obreros, eludiendo los autos privados que pedían 120 pesos por los seis hasta Bartolomé Masó. Finalmente otro camión nos llevó hasta la entrada de la base de campismo desde donde aún nos quedaba un buen kilómetro de caminata.

La base de campismo.
Miércoles 12.
Hemos dormido como troncos después de una frugal comida: congrí, croquetas y malanga hervida (la más cara de todas).
Ocupamos dos cabañas, una de las cuales dejamos a Ramoncito y Minerva. Las literas son cómodas, con mullidos colchones; tienen televisores a color y ventiladores y agua sin muchos problemas. La nuestra en altos y la del matrimonio en planta baja.
El desayuno lo hacemos doble: mortadella frita con pan, limonada y café, porque es necesario hacer reservas para mañana, día de la escalada. El comedor es acogedor, limpio y bien ambientado con plantas ornamentales. La atención por parte de los empleados es esmerada.
La carpetera nos presta un folleto de muy buena edición donde se ofrece información de todas las bases de campismo del país y José Armando lo fotocopia, pues muchas de ellas pudieran ser útiles en futuros viajes por el país.
Cada uno ha dado a Ramoncito 50 pesos para el fondo común, del cual se van extrayendo los gastos colectivos. La experiencia nos dicta que es una estrategia económica positiva.
Por la mañana vamos al cercano Nagua, afluente del Yara, río de montaña, bajo y colmado de cantos ígneos de disímiles tamaños. Los lugareños nos han dicho que ha crecido hasta el escalón veintiséis de una larga escalera que conduce desde el campismo hasta él, y nos espeluznamos al imaginarlo. Ahora es apacible y diáfano y me viene a la mente los versos de un bardo popular: “Por la orilla floreciente / que baña el río Yara / donde fresca, limpia y clara / se desliza la corriente…”. Y no me acuerdo de nada más.
Hay tragos mesurados por la mañana. El día es de descanso y preparación. En la pista de la base jugamos cubilete otra vez y José Armando y yo damos una paliza a Andy y Martín. Después de muchos años juego ping-pong y también doy palos inicialmente a los mismos colegas pero finalmente me adivinan la estrategia del saque y se invierte la situación.
La nota extrema la puso una anciana de un Círculo de Abuelos de gira en el lugar que se desmayó en el comedor y todos nos alarmamos y corrimos con ella hacia el puesto médico y al poco rato, recuperada, regresó y zampó el almuerzo hasta el último grano de arroz.
En la base nos acompañan un grupo de religiosos (Pentecostales), al frente de ellos un pastor, Isaac, algunos de los cuales aspiran a ascender el Turquino junto a nosotros, todos de Ciudad de La Habana, este nos informa sobre la obtención de un módulo alimentario que allí se vende a los “turquineros”, y que compramos a Alexis, jefe del almacén: 12 latas de carne prensada de res y 20 raciones de pan.
Por la tarde debió llover según el pronóstico pero no ocurrió. Nos vamos al Nagua después de un almuerzo también duplicado. ¡Qué baño! Acostarse sobre el bajo fondo, bien apoyado en los cantos para defenderse de la corriente, resulta delicioso. Alguien dice que es como un reconfortante masaje del río. José Armando saca partido del juvenil rostro de Minerva, salpicado por la corriente y logra instantánea de exposición. Bebemos de una excelente botella de ron, inmersos y conscientes de estar viviendo uno de esos sopores de dicha que sólo por excepción se disfruta en la vida. La vista puesta en el principal objetivo que mañana se hará realidad: el ascenso al Pico Real del Turquino.
Continuará…

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