La Exploración
El amanecer fue placentero. Un cielo muy azul llamaba a la preparación rápida del desayuno. La recogida del campamento y la necesaria partida. Organizamos dos grupos, uno con Raudel y Boligan al frente, que se dirigirían a Los Cocos, para montar el nuevo campamento en el propio puesto de Guardafronteras, si era posible. Ellos tomaron la vereda de La Mina, que exploramos ayer en la tarde y luego por toda la costa hasta llegar al destino.
El segundo grupo lo dividimos en dos: uno tomaría la vereda paralela entre La Mina y la que conduce a Los Cocos y muere en el camino principal del Valle de San Juan a la costa. Al parecer esta ruta tuvo mucha importancia en el siglo XIX y XX, hoy se encuentra abandonada. El objetivo es tratar de llegar hasta Los Yayales.
El segundo grupo intentará amarrar la cueva de la Mina a ese mismo punto, por lo que irá avanzando haciendo la topografía de las veredas, para que la cueva en que nos encontramos quede correctamente situada.
En la ruta se debía explorar, y si fuera posible cartografíar, una dolina al sur de la vereda, a poca distancia de La Mina, que fue reconocida desde ayer por el grupo exploratorio y que el guía Emilio dice que llaman, cueva del Negro.
Nos despedimos de cueva La Mina y sus historias, pero seguro regresaremos, para continuar desentrañando sus secretos. Sale el primer grupo en dirección a Los Cocos (ensenada de Los Yayales).
La pareja de Oney y Reinier parten en dirección a donde debió existir al asentamiento Los Yayales. El primero, tiempo después de concluida la expedición, describió sus experiencias personales de estos recorridos:
[…] larga jornada de trabajo casi siempre en grupos, aprovechando las individualidades de cada uno. Unas veces por caminos arcillosos de mucha roca, otras por caminos más estrechos o simplemente abriéndolos nosotros cuchillo en mano y “morteros” (Reinier denominaba así a antiguas marcas en los árboles, que él retomó para marcar la ruta por la que avanzábamos, cuando estuvimos en lugares de difíciles accesos, sin camino definido y teníamos que romper monte para alcanzar un objetivo.
Hay que reconocer que los morteros de Reynier sirvieron para regresar sin pérdida a la cueva del Queso, como denominamos una nueva espelunca que descubriríamos. Está marca consistía en un pequeño raspado en la corteza de los árboles y arbustos en la dirección del objetivo seleccionado.
En estas circunstancias nos movíamos trazando poligonales, cartografiando a diestra y siniestra, incluso cuando perdíamos el camino y pensábamos que se cerraba. aparecía un hoyo que daba comienzo a una laberíntica galería, con varias plantas y restos de asentamientos aborígenes, como para invitarnos a un segundo viaje.
Nos encontramos con cuevas a la derecha del camino, a la izquierda, en los alrededores de donde acampábamos, siendo muy diversas en su forma, con entradas verticales, y horizontales, de muchas galerías; otras con predominio de salones o furnias con pequeñas solapas, con reservas de agua y una fauna abundante desde reptiles, arácnidos, aves, hasta peces ciegos en varias de ellas.
Avanzamos midiendo el camino. El Tropa (Wilfredo), Hilario Carmenate y el que escribe, a poco se nos unió Oney, quien ya había llegado con Reynier a Los Yayales y había regresado para comunicarlo y dejó en el lugar a éste último con todas las mochilas en nuestra espera.
Llegamos a la entrada de la cueva del Negro. Organizamos la exploración y cartografía de la espelunca, que es de origen freático, característica casi común para todas las cavidades de la región.
Tiene una gran dolina central que divide en dos la oquedad, por esta redondeada apertura en la roca, donde penetran, hirientes, los rayos solares y crean un hermoso espectáculo observable desde la oscuridad de la cavidad, se desciende unos tres metros, casi de forma vertical, hasta un pequeño cono de desplomes de lo que fuera el antiguo techo.
Al centro y borde este de la misma, destaca una blanquísima estalagmita, no mayor de los cincuenta centímetros, que llama la atención por la pureza de sus cristales de calcita y por su ubicación, en lugar tan descubierto en contacto con la zona de umbral de la cavidad, luego pudimos apreciar que los rayos solares al parecer no impactan directamente sobre ella, ya que el ángulo de entrada de la luz no le llega.
La cueva cae de forma suave hacia los extremos y a ambos lados se observan pequeñas claraboyas que ya comunican con el exterior, prueba indiscutible de que la cavidad se encuentra en su etapa formativa de desplomes o muerte, como algunos autores indican.
El salón sur de la cavidad tiene dos accesos, divididos por una columna, uno en forma de escalón de alrededor de 1, 20 m, que conduce a un pequeño antiguo sumidero, donde se acumulan los restos de un mamífero, quizás venado; mientras el otro acceso, presenta una suave pendiente, que conduce al suelo terroso entre rojo y negro del fondo.
Esta sala está dividida en dos, la porción más al este, se encuentra sobre grandes bloques de desplomes, que coronan en su extremo sur una columna en forma de pagoda, que, en su nivel superior en contacto con el techo, se aprecian finas venas oscuras, que resultan ser las raíces de las plantas de la superficie.

Este espeleothemas precede a la pequeña claraboya que tiene en su boca un antiguo y podrido “palo corazón”, al parecer utilizado por alguien para acceder a la cavidad.
Al descender de está capa de calcita que recubre los bloques desprendidos, se arriba al piso terroso, Un número indeterminado de gours en forma de cascadas de pequeños estanques, a pocas alturas unos de otros, casi horizontales. En ellos se observa un pequeño proceso de reexcavación del suelo bien marcado en el nivel inferior de la pared que crea unas solapas en el extremo de ella.
En el interior de esas “solapas”, aparecen huesos largos de las piernas de un humano, ratificando la característica arqueológica de la cavidad. Por lo antiguo del hueso pertenece a un individuo de la etapa aborigen, los mismos fueron colectados con destreza por Hilario Carmenate y serán entregados al médico y antropólogo pinareño Dr. Sergio Márquez Jaca para su estudio. Estos estaban acompañados de restos de alimentos como Strombus sp, Capromys sp y otros.
Sobre nosotros revolotean murciélagos sin identificar, pero parecen ser Artibeus jamaicensis, aunque no lo aseguramos. Habitan una gran campana de disolución que se encuentra a gran altura del techo.
Este salón se caracteriza por el fuerte pigmento rojo de oxido de hierro fuertemente impregnado en suelos, paredes y techos, así como en las formaciones secundarias que son numerosas y donde predomina, al parecer, por la poca distancia que hay del casquete calcáreo al techo, varias gruesa columnas y mantos que dan paso a un techo literalmente colmatado de estalagmitas cónicas en desarrollo.
Por sus huellas marcan especie de antiguo nivel de ocupación del manto freático de la región, porque casi todas se encuentran a la misma altura de desarrollo y sólo a trechos se ve el rompimiento de estalactitas y se desarrollan un poco más, alcanzando algunas hasta un metro en caída vertical.
Los desplomes al parecer fueron posteriores al abandono de las aguas de estos niveles, puesto que la capa de carbonato sobre ellos y las estalagmitas a tramos es muy incipiente.
El otro salón, al lado contrario, en dirección norte de la claraboya central, tiene un mayor desarrollo clástico. En muchos lugares copa la galería hasta el techo y crea barreras paralelas a la cueva, en dirección al proceso de agrietamiento predominante. Esto es continuidad del desarrollo descrito en el salón anterior.
Se conforma baterías, con cierto alineamiento y organización de bloques cubiertos por costras calcáreas y, sobre ella, gruesas columnas que marcan procesos más intensos de deposiciones litoquímicos que en el salón precedente.

Ello conlleva a un mayor espacio de desarrollo clástico, dando paso al nivel activo freático, que coincide con la mayor profundidad de la cueva, que puede ser de alrededor de unos 4 a 5 m de altura. Ello indica una respuesta lógica al basculamiento de la región de sur a norte que caracteriza a estos escenarios, caso curioso por ser diferente al resto de Cuba.
Cuando llegamos al nivel del agua, sentimos todos estremecimientos en nuestros cuerpos, y vino a la mente toda la emoción que debió sentir aquel sabio pinareño, Tranquilino Sandalio de Noda, cuando descubrió la presencia de peces ciegos, por primera vez para la ciencia, aunque así no esté reconocido oficialmente.
Ahí estaban, mansos, fáciles de ser tomados por nuestra cámara de fotos. Casi estáticos, atónitos ante la hiriente luz de nuestros carbureros y alógenos invasores de su mundo de tinieblas. Verdadera pasarela acuática, nuestro pez ciego posó para las cámaras, como diciéndonos ¡al fin llegaron!
Este hecho le otorgó connotación científica a la expedición. Habíamos comenzado con reportes arqueológicos de nuevas pictografías en cueva La Mina, luego hallazgos de evidencias coloniales en cueva La Campana, amén del reporte de al menos cinco nuevas cuevas, y sin aún saberlo, puesto que llegaría la demostración al concluir la expedición, la posibilidad del reporte de tres primicias sobre especies y/o subespecies de sapo, lagarto y grillo. Realizamos aportes a las localidades, para esas especies y entre ellas, la de los peces ciegos, como nueva localidad.
Desde la boca de la cueva nos llegaron los gritos de Reinier, quien impaciente por nuestra tardanza había regresado sobre sus pasos, nos advertía de que el tiempo era imparable y debíamos continuar con lo planificado. Dejamos atrás la cueva del Negro. Que aún se resiste a debelarnos todos sus secretos, entre ellos el porqué de su nombre.
Cuba Pasaje a la Naturaleza.
Guanahacabibes XXII
