Expedición a Sierra Guasasa del 27 al 29 de marzo del 2009
Esta fue la primera expedición del año 2009 para el grupo GEDA, pero no solo por esto he decidido llamarla así, porque como se verá, hubo muchas “primera vez” para todos.
Como de costumbre, desde que aparecieron las Yutong, para salvar el viaje hasta Viñales nos citamos en la terminal de ómnibus de Pinar para tomar la guagua de las 12 del día. La sorpresa fue que esta vez los fallos no alcanzaron siquiera para que se fuera uno solo, por primera. Aún así, sin desanimarnos, ni perder la ternura, tomamos el camino a los “amarillos” (variante cubana del autostop) del entronque a la carretera de Viñales y como siempre, nos fuimos pasadas tres horas de espera.
Al llegar a Viñales nos dimos cuenta del porqué de la mala suerte, y es que los viñaleros estaban carnavaleando a sus anchas. Las calles llenas de gentes, servicios gastronómicos y venta de diversas mercancías; juguetes, ropa… La música y la alegría nos desviaron de nuestro objetivo por unos minutos, pero luego de varias vueltas, pusimos los pies nuevamente en el camino y, por primera vez, cogimos una “botella” (otra variante cubana del autostop) directa hasta la entrada de Cueva El Cable, a 350 metros de la Cueva del Indio, centro turístico local.

Cambiarnos y comenzar a subir la larga escalera que lleva hasta la entrada de la espelunca fue una misma cosa. Las pesadas mochilas y la altura del boquete me hicieron pensar en el trabajo que han de haber pasado los que querían ahorrarse kilómetros de camino, atravesando esta cueva, que lleva desde la carretera al oeste de Sierra Guasasa hasta la ensenada de Jaruco, al noreste de la misma.
Ya en la entrada de la cueva se observa la acción destructiva del hombre.
El Varón (Samuel Hernández) comienza su actividad bioespeleológica. Un ejemplar de reptil tomaba el fresco como nosotros y no tardaron las cámaras de Kike y Yunior en captar al asustadizo, que se escurrió rápidamente por una estalagmita hasta el techo.
Las “bellas” palabras organizativas de Javier dieron paso a la travesía de la cueva, espaciosa y trillada. Observamos murciélagos e insectos.
En la ensenada de la Jutía, al salir de la cueva, nos esperaba otra escalera, aunque de menor longitud y altitud. Esta ensenada es parte de una uvala formada por dos lóbulos: Uno, el valle de la Cruz y el otro, el Hoyo de Jaruco, preparado este último para ser sembrado. El viento se sentía fuerte a rachas, los más delgados pasaban trabajo para desplazarse, suerte los bultos que nos fijaban al piso. Comentamos del infierno que se debía vivir allí cuando los huracanes azotaban esos parajes, teniendo por testigos las pocas matas de plátanos en pie resguardadas por el mogote, el esqueleto de la casa de tabaco y las peladas laderas que dejan a flor de piel el diente de perro y otras oquedades, posibles cuevitas pendientes de exploración.

Ya atravesamos el abra que permite el paso al Hoyo de Jaruco, un gran derrumbe por el cual los guajiros de la zona pasan los animales, los implementos de trabajo y todo lo que necesitan para convertir la maleza en tomate, maíz, plátanos, col y toda la comida que se le pueda sacar a la tierra de los hoyos de montaña. Por esos días, cuenta René (uno de nuestros amigos campesinos), el nuevo jefe de la cooperativa ha mandado a convertir el hoyo en un pastizal para animales, lo cual no responde a los que hace 17 años trabajan esta tierra.
Rápidamente se construyó el campamento, mientras los exploradores fueron en busca de agua. Regresaron con la mala noticia de que casi no había agua por la fuerte sequía reinante. Las fuentes de agua estaban casi secas. Logramos sacarla de la pared opuesta del hoyo, cerca de cueva El Cura, donde habitaban dos clarias (pez gato). Al decir de René, los huracanes Ike y Gustav inundaron todo el hoyo a una altura asombrosa y dejaron atrapadas a más de 150 ejemplares de gran tamaño de estos peces en las partes más bajas del hoyo, que sirvieron de alimento a los animales.

La primera vez también para Kike, Hendrik y Aliuska. Y para mí, la primera vez en otra parte de la Sierra que no fuera el abra de cueva Geda. Primera vez también que hubo tanta comida: sobraron 5 paquetes de espaguetis, dos botellas de puré de tomate, 6 cebollas y medio paquete de café que serían aprovechados en próximas expediciones.
Nuestro nuevo cocinero, Hendrik, deleitó la noche con sus súper espaguetis y después de un descanso y con la modorra de la digestión aún, fuimos a cueva El Cura. Tomamos sus medidas y anotaciones para documentarlas en el trabajo íntegro sobre Sierra Guasasa, que se presentaría al congreso de julio del 2010. Tiramos fotos de algunas pictografías y fuimos a dormir.
El sábado nos sorprendió desayunando todavía a las 10 de la mañana, mala manía del grupo que debía ser eliminada con el objetivo de aprovechar más el tiempo de estancia en los montes.

La subida a la cueva UJC fue escabrosa. Hubo que pasar sobre los palos tumbados por los huracanes. Logramos llegar finalmente y cerciorarnos de que la cueva es el mejor ejemplo de sitio de cimarrones de la zona. Se observaron numerosos restos de comida: pollo, cerdo, pescado, jutía; además de cenizas y palos de fogata y camas, incluyendo una de niño. Y el gran descubrimiento de Hendrix, aunque aún sin confirmación de especialistas, de aparentes restos de huesos humanos en una oquedad.
Después de la emoción, las fotos y la merienda que siempre sustituye al almuerzo en estas actividades cumplimos con el otro objetivo de la expedición: tomar las alturas de la cueva. Las chapillas dejadas en los puntos de cartografía habían sido una idea muy buena y espero que el grupo la vuelva a usar para facilitar futuros trabajos.
Cueva Las Entradas no pudo ser medida porque la iluminación era escasa y quedó pendiente para próximas expediciones. Salimos disparados por el abra cuesta arriba en busca del resto de las cuevas descubiertas. En este punto se separaron del grupo Janet y Hendrix, quienes debían regresar a Pinar. Según contaron después, la bajada fue extenuante y el camino caluroso, pero lograron llegar a tiempo a Viñales, gracias a una carreta, para refrescar con una cervecita en los carnavales y seguir hacia Pinar.
La primera de las cuevas visitadas en esta segunda etapa fue Vista al Mar. Espelunca bastante pequeña, y como su nombre lo indica tiene una vista panorámica preciosa que alcanza la costa, todo el valle de San Vicente y el abra, donde allá abajo, en la ensenada, se pueden ver bueyes y caballos como hormigas, según dijera Danay.

Continuamos para cueva El Olvido (o El Descaro, como la llama Javier), denominada así porque fue una de las primeras en descubrirse y de las últimas en cartografiarse. Se había olvidado y fue “redescubierta” tiempo después. Otra merienda y al orillar la cueva Vista al Mar por su base, llegamos a la cueva Las Entradas, algo peligrosa de escalar en su última sección por lo cual tomamos como medida de seguridad atarnos por la cintura.
En una de sus muchas bocas encontramos evidencias de palos quemados y con comején, así como ceniza en el suelo. Javier escarbó unos 6 cm con el dedo y sacó lo que pareció ser un huesito de pollo o ave, supuestos restos de su dieta. En otra solapa había un gours de color blanco con perlitas en su interior, preciosas, dignas de fotos que no fueron tomadas por la premura de la gente por bajar. Unos lo hicieron por donde habíamos subido y otros, de forma más divertida, deslizándonos por un árbol cerca del boquete como si descendiéramos por un tubo de bombero, lo cual no me atreví a repetir más.
La última de las cavidades que visitamos fue La Piedra. Esta se abre en nivel inferior a 3 metros. Todo parece indicar que la boca fue tapiada por un derrumbe. Hacia la derecha de la entrada el techo de la cueva comienza a descender hasta pegarse al piso. Se observó una rana casi al fondo. Hacia la izquierda de la entrada supuestamente terminaba en un derrumbe sin salida al exterior. Los huracanes y el cambio del paisaje dejaron la posibilidad de una hendija, pero muy estrecha para el hombre.

Decidimos comenzar a bajar al campamento antes del anochecer. Lo hicimos con increíble agilidad, teniendo en cuenta que, de las tres mujeres que acompañábamos al piquete, Aliuska participaba en una expedición de estas características por primera vez.
Llegamos al pie del abra a las 7 de la tarde, quedándonos el tiempo justo de luz para encender la fogata de la comida y echar los espaguetis al agua. Interesante el intercambio alrededor de la comida como resumen.
Los mosquitos y el calor hicieron sus jugarretas en la noche y cerca del amanecer me fui a dormir bajo las nubes que pasaban furiosas, lo cual no resolvió mucho el problema de los mosquitos, pero al menos ya no sentía calor. Para el Hoyo de Jaruco es más práctico llevar casas de campaña.

El domingo solo quedó para la recogida, como de costumbre, y fue la primera vez también que desde la una de la tarde hasta las seis estuvimos “embarcados” en el entronque de Viñales para Pinar. ¡Nadie ha hecho eso nunca! ¡Así que estos muchachos son “vanguardias” en este sentido y habría que reconocérselo en la siguiente reunión del grupo, así como aprobar en la plantilla oficial al nuevo maestre de cocina: Hendrik!
Bueno, ya ven por qué la expedición se llamó “la primera vez”, incluso el número inicial de expedicionarios nos acompañó en doble partida, ya que fuimos 11 y eso lo convirtió en dos veces 1, como si recalcara la inequívoca idea de que no importa cuánto se viva ni cuanta experiencia acumulemos, siempre hay una “primera vez”.