En el texto anterior la expedición había llegado al comedor de la Empresa Forestal de Mil Cumbres en San Juan de Sagua, La Palma, Pinar del Río. Cuando almorzábamos una hermosa muchacha de ojos verdes llega, conversa con Ada la cocinera y se va, quedándose multiplicada en veinte retinas masculinas. Felipe, el guardabosque que nos acompañaría a partir de ahora, informa que es Mercedes, la Doctora del consultorio…
A las 4 de la tarde cayó tan torrencial aguacero que no se veía el Guajaibón, ni sierra Chiquita, ubicada a solo 300 m. Casi a esa misma hora y día de 1943, Antonio Núñez Jiménez y sus compañeros se cobijaban de un aguacero semejante en un ranchito de leñadores, allá en la costanera de Cajálbana.
Entonces en Sagua apenas había unos bohíos aislados en parcelas arrendadas por el latifundista dueño, un tal Mr. Yak. Los primeros expedicionarios llegaron al bohío de Mamerto Alfonso, donde les ofrecieron la tradicional hospitalidad campesina.

Y llegó Mamerto con la carga de sus 93 años, preguntando por Núñez Jiménez. Desilusionado, nos escuchó explicarle que hacíamos, y a solicitud nuestra nos contó sobre sus relaciones con Núñez:

La primera vez llegaron como a las 7pm, mojados, y así mismo iban a tirarse en el piso; yo les puse unas tapas de cuero para que durmieran. Al otro día vendí una novilla en 12 pesos y fui a San Diego y traje una saca de azúcar y otros mandados en el caballo (Para comer apenas tenía de la vianda que cosechaba).
Cuenta que subió con Núñez en el segundo viaje (1944), cuando ondearon por primera vez allá arriba la bandera nacional cubana. Relató Núñez que con él subieron campesinos jóvenes de 20 años que no la habían visto nunca (sesenta y seis años después los espeleólogos volvieron hacer ondear la bandera en la cumbre del Pan de Guajaibón). Y sigue Mamerto:

Núñez subió a la cueva de los Huesos por una Yaya y sacó los catauros de huesos; cernieron el polvo blanco y recogieron muchas cuentecitas, pero no encontraron el medallón del collar”.
Mamerto le contó a Núñez en el 43 que sufría de unos “andancios” que le producían “un fuerte dolor en el estrógamo”. En el 79 (1979) “el hueso de la espina de la columna le chocaba con el riñón y lo ñangueteaba de tal manera que lo dejaba “to derrengao”.

A los 93 nos dice:
—Tengo profaga” (problemas en la próstata), “me dio la artrosa” “y estoy ancina (así) que no duermo de noche ni de día, lo que cojo unos piencesitos (sueños cortos). Pa la artrosa tengo que estar tomando pastillas permanentes, y cuando vine paqué voté las pastillas; me ofrecí unos baños de yerba de la sangre, la tomé en cocimiento y me acosté… y me cayó un pincheteo de la rodilla pa bajo, que me recordaba una máquina de escribir (y escenificó el pincheteo), pero me curé de la artrosa. Tuve un tabardillo y me dio paludismo, y veo poco.
Le escuchamos pacientes, pues relata lento con esfuerzo de la memoria:
—Yo vendí unas matas de fruta bomba y no me las pagaron bien. La chequera debía ser de unos 100 pesos según Núñez, y me llegó de 65. Fui a La Habana y vi a Núñez, y después me pagaron las frutas, pero la chequera sigue igual. Quiero ir a La Habana a verlo otra vez”.
Se refiere a Núñez con evidente admiración y respeto. Con humildad y orgullo, nos mostró la medalla por el 50 aniversario de la Sociedad Espeleológica de Cuba que le fue entregada, y la lleva en el bolsillo de su vieja camisa, sucia de muchos días encima, de viejo solo y sin buena atención familiar… y tuvo 17 hijos, el último a los 79 con una segunda esposa de 18 años.
Mientras hablaba, Hilario Carmenate le hizo un retrato a lápiz en su cuaderno de campo: más que el físico, le retrató el reflejo de la carga de dolores y añoranzas que soporta su cuerpo debilitado.

Ya oscureciendo Hilario lo acompañó a su casa, Mamerto encendió un candil: en esa semioscuridad se veía una sala-comedor llena de trastes y maderas, bultos colgados de las soleras con tapas de latas para que no le lleguen los ratones. Un gato le acariciaba los pies. Vive al parecer en la misma casa en que lo visitó Núñez en 1979, cuando dijo que vivía en el mismo bohío del 43. En el jardín mar pacíficos… ¿los mismos del 43?

Para dormir nos acomodamos en el portal del comedor obrero, pues el encargado del local dijo que no podíamos quedarnos dentro porque hay un almacén. Es natural la negativa, pero de estar Mireyo habíamos dormido dentro. De la casa vecina llegaban las voces y música de “La Sucesora” (novela televisiva), y seguro que hasta allí llegaban las voces, cuentos y chistes, risas y palabrotas, comentarios de los expedicionarios.
Compartimos hamacas, sacos de dormir, mantas térmicas, sabanas y mosquiteros como diez hermanos en una misma cama dura y fresca. San Juan de Sagua es oasis del caminante, el lugar donde se encuentra abrigo y atención, pensaba, en la medida que cada uno, según su cansancio, fue quedando solo con sus pensamientos…