
SECRETOS DE TOPES DE COLLANTES
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Pedro Luis Hernández Pérez

Entre verdes montañas se movía el todo terreno que alquilamos para la ocasión, lo mismo estábamos en la cumbre que, en el fondo del comienzo de un valle fluvial, cuyas aguas, supe después, modelan los hoyos intramontanos y se escurren a través de cavernas o de estrechos cañones.
Nuestro destino era Topes de Collantes, habíamos dejado atrás a la hermosa Trinidad, con el Valle de los Ingenios, 31 años atrás declarados Patrimonio de la Humanidad.
Entramos al hotel Los Helechos con las primeras sombras de la noche, antes habíamos ascendido a la Altiplanicie de Topes de Collantes y el GPS que portábamos marcaba los 800 metros de altura.
Una hermosa guía nos explicó que las montañas, los exclusivos bosques, un microclima de 21 oC, el elevado endemismo de la flora y la fauna, más la abundancia de ríos cristalinos, los cuales forman pintorescos saltos y pozas naturales, son las principales características que distinguen el entorno. Con esas expectativas, nos fuimos agotados a la cama.
Partimos al amanecer hacia el salto del río Caburní; al centro de la Altiplanicie, sorprende por su originalidad el singular reloj de sol. Unos 300 m adelante se encuentra la villa Caburní, por cuyo extremo comenzamos a descender rumbo al salto.
En un recodo del camino nos sorprende la solapa del Elefante, donde se conserva un sitio arqueológico aborigen preagroalfarero, el gran solapón es llamativo por las dimensiones de su bóveda.
A partir de aquí, las pendientes alcanzan hasta los 45o, luego de 2,5 km, no sin antes tener divertidos resbalones, logramos llegar al salto del Caburní, hoy declarado Monumento Nacional.
El torrente cae desde una altura de 62 m y corre sobre un piso rocoso muy inclinado, haciendo un hermoso arco que va a dar en una poceta de claras aguas, a la cual, luego de hacer infinidad de fotos no pudimos resistirnos al chapuzón refrescante y deleitoso.
Más allá del mediodía decidimos el retorno y comenzaba la odisea de ascender todo lo que habíamos descendido, pero valió la pena, en el camino una cartacuba se mueve inquieta.

De nuevo al lado del Kurhotel decidimos visitar el más impresionante edificio-galería-rural del país, ya que en el interior de este gigante se atesoran más de 400 obras de arte, donadas por famosos artistas cubanos de 1980: Tomás Sánchez, Fabelo, Flora Fong, Wilfredo Lam, Portocarrero, Mendive…
En las márgenes del río Guaurabo se ubica el parque natural El Cubano sobre hermosos caballos entre cafetales y bosques prístinos llegamos a la Reserva de Javira, ubicada al sureste del pico Potrerillo, con 973 m de altura.
Javira es un escenario natural protegido, formado por bosques primarios y arroyos frescos, paraíso para la observación de aves, entre ellas, el catey, uno de los pocos lugares para observarlo en vida silvestre.
Al retorno se visita la hacienda campesina El Cubano, con su fotogénico salto de agua y esta segunda jornada concluye con un almuerzo en el restaurante del lugar, cuya especialidad es el pez gato.
Para llegar al río Vegas Grandes el tercer día, se tuvo que caminar al noroeste de pico Potrerillo: en este río impresiona saltos de agua que le dan fama; en una de las orillas fue sembrado un arboretum con más 300 especies exóticas y autóctonas, y los mayores helechos arborescentes y caobas de Cuba.
Al retorno almorzamos en Mi Retiro, con exquisita comida cubana, restaurante ubicado al borde de un gigantesco valle fluvial. Luego del sabroso café criollo visitamos cueva La Batata, ubicada a solo tres kilómetros; caverna formada por un río con numerosas pocetas de agua las cuales alcanzan los 20 oC, con propiedades curativas, rodeada de visuales únicas.

La cuarta jornada fue intensa, viaje rápido en jeep nos llevó a la hacienda Codina, para visitar cueva del Altar, colmatada de formaciones secundarias. Nos introducimos a través de un pasadizo, por donde salimos a una claraboya y de ahí al mirador Vista al Mar, cuya panorámica de Trinidad, península de Ancón y bahía de Casilda, envueltas en la bruma y predomina el color azul del Mar Caribe.
Al retorno a la Altiplanicie un inmenso camión sirvió para salvar los 15 km hasta Guanayara, lugar histórico por haber sido el centro de las operaciones contra las bandas alzadas luego del triunfo de 1959.
La bienvenida la dio La Gallega, atenta campesina local, con una sorpresa para cada cliente, intrigados emprendimos el camino bajo el bosque tupido, hasta la poceta del Venado, donde no resistimos la tentación de un corto, pero exquisito baño.
Apenas caminado un par de cientos de metros más y la naturaleza premiaba con el inesperado salto El Rocío, cuyas aguas se despeñan desde más de treinta metros de altura.
Al retorno, ya cerca de las 4.00 pm, encontramos a La Gallega sonriente, sobre la mesa un humeante arroz amarillo criollo y gigantescas postas de pollo en salsa, hicieron las delicias del paladar colectivi, luego de un día inolvidable.
El último día, al retirarnos a Cienfuegos, a solo treinta kilómetros, nos desviamos al este para conocer los saltos, cascadas y pozas naturales que ofrece el Nicho.
Este escenario permite desarrollar las habilidades de fotonaturalistas de todos y disfrutar de las múltiples cascadas y saltos. Cuando pensábamos que lo habíamos visto todo, a sólo dos kilómetros más al este, visitamos la presa Hanabanilla.
Abordamos un bote con motor, transporte de los habitantes locales y recorrimos parte de sus 17,5 km2 de espejo de agua dulce hasta la cortina en el Valle de Jibacoa, nunca imaginamos que bajo nuestras plantas, el agua había inundado un hermoso valle fluvial, cuyo río de igual nombre tenía iguales características a las del Nicho, cuyo mayor salto de agua, 17 m de altura era objeto de referencia durante el siglo XIX y XX en cuanto libro de historia y geografía se escribía.
Terminaba así cinco días de especial espiritualidad, algún día volveremos, pero estos, gracias a los secretos de Topes de Collantes, no serán olvidados.
- Pedro Luis Hernández Pérez
- November 13, 2020
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