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SER MADRE, EL MAYOR RETO DE UNA ESPELEÓLOGA

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Por: Yamilé Luguera González

Miembro Ordinario de la Sociedad Espeleológica de Cuba

La maternidad, un bello momento para las mujeres, el embarazo y todo lo que viene después, una inmensa felicidad y mucho trabajo, alguien que desde que nace te cambia la vida, y a veces te acompaña a todas partes, incluso a las expediciones espeleológicas.
Desde niña siempre me gustó la aventura, el campo, el mar, los misterios de la noche y todo lo que tuviera que ver con la naturaleza, me iba con mi abuelo materno a la edad de 4 años a caminar los montes de Bahía Honda, Pinar del Río.
Agradezco a mi papá, que cuando tenía 7 años me trajo un murciélago en una caja de crayolas, y mi hermana me llevó a conocer las cuevas de Bellamar. Al ver mi reacción, me regalaron a los 8 una excursión a Viñales, donde atravesamos en el bote la cueva del Indio.
Ya cuando tuve edad suficiente para decidir qué quería hacer, me hice buzo, y con los años me adentré en el mundo de la espeleología, la arqueología y lo fui mezclando todo, para conocer más historia, más paisajes, más cuevas y maravillosos arrecifes marinos.
En el camino conocí muchas mujeres talentosas, aventureras, osadas. Algunas cuando experimentaban la maternidad se retiraban de este maravilloso mundo de aventuras, que te vincula directamente con la naturaleza y que tanto bien le hace a los seres humanos.
Pero las oí comentar desde sus apartamentos capitalinos: “está muy pequeño para sacarlo al monte”, “¿y si lo pica un bicho?”, “cuando crezca un poco más”. Y así las vi acomodarse a la vida citadina, alejarse de un tirón y no volver jamás a pisar la entrada de una cueva.
Ya después que crecían los niños, se enredaban en temas escolares, clases de música, entrenamientos deportivos y adiós al necesario contacto directo con la naturaleza.
Pues me dije: “no me va a pasar a mí, no me voy a alejar jamás de lo que me gusta hacer, no voy a someter a mi hijo a respirar siempre el aire contaminado de la ciudad y ver solo asfalto gris en vez del verde natural”.

Embarazo y primera infancia
Y así sucedió, realicé expediciones con mi grupo de espeleología hasta los 5 meses de embarazo, durmiendo en tiendas de campaña y caminando montes. Justo planificando con los espeleólogos un viaje a la playa, en esa misma semana nació Diego.

Justo a los 2 meses de nacido, planificamos la primera expedición a la localidad de Aspiro, y así Diego convivió con el monte, las cascadas del río, los campesinos, los espeleólogos y “sobrevivió”.
A los 5 meses decidimos, justo el fin de semana del nuevo amanecer Maya, irnos a casa del campesino Tomás, en el cañón del río Santa Cruz, en San Cristóbal. Fue un fin de semana muy frío.
5 kilómetros de lomas caminó Raudel, su papá con él dentro de un cargador, parábamos a ratos para alimentarlo, solo con leche materna. Poníamos las grandes mochilas en el piso, yo me recostaba, cambiábamos el pañal, y seguíamos el camino.
Su primer puré de malangas lo comió allí, junto a los espeleólogos y campesinos, al borde del río, respirando aire puro. Durmió en la tienda de campaña, tomó el sol matutino en el secadero de café y “sobrevivió”.
Con 6 meses de nacido asistió a su primera reunión anual, de la Sociedad Espeleológica de Cuba (SEC), en la base de campismo Las cuevas, Mayabeque y fue testigo de la entrada oficial del grupo Tageni a la SEC.
Cada año él asiste con nosotros a reuniones, cursos, eventos, congresos en diferentes provincias, a lugares céntricos o lejanos, en camiones, guaguas, tren, avión. Le ha tocado estar horas esperando en qué trasladarse y “ha sobrevivido”.
Justo en su primer cumpleaños conoció cueva Ambrosio en Varadero, y mostró todo el tiempo del recorrido sus escasos 4 dientes en señal de alegría.
Entre los tantos lugares recorridos estuvieron el río Paso Viejo y la comunidad de Los Acuáticos en Viñales, a la escasa edad de 7 meses y 1 año. Luego con 2 recorrió con nosotros algunos de los espacios que no se muestran al público de la cueva de de Bellamar.

Subiendo lomas y caminando cuevas

Su primer ascenso a una loma fue al Cerro de Cabras, la elevación más alta del municipio de Pinar del Río, en una expedición con nosotros y la familia paterna. Confieso que todos los niños de diferentes edades, Diego el más pequeño, llegaron a la cima primero que nosotros los adultos.
A la edad de 4 años recorrió un sendero intramontano en Aspiro, de más de 3 km, hoy lleva su nombre.
Tengo que reconocer que hay expediciones en que he determinado no llevarlo, por su complejidad, a veces lo he logrado pero en otras no, cuando conspiran su papá y él a favor de ir.
La que más temor me dio fue una organizada por los miembros del grupo espeleológico Cayobarién de la provincia de Villa Clara, planificada para monitorear colonias de murciélagos en Punta Judas, La chucha y Cayo Caguanes.
El viaje y el recorrido serían muy largos, Punta Judas y Cayo caguanes tienen mosquitos y jejenes y era pleno mes de agosto. La Chucha es una cueva de calor típica, grande, con una inmensidad de murciélagos, cucarachas, arañas peludas y el campamento era justo dentro, en fin, mi decisión era no llevarlo.

Pues Diego insistió en ir, prometió portarse bien, caminar y monitorear murciélagos con nosotros y así fue, todo un niño modelo. Picado por jejenes, mosquitos, aportó datos, manipuló los murciélagos con nosotros, caminó kilómetros, durmió dentro de las cuevas y regresó a La Habana feliz y saludable. Para mí fue el reto más fuerte.

De nuevo en la sierra del Rosario
Justo a los 5 años regresamos a casa de Tomás. Esta vez Diego caminó los 5 kilómetros de lomas que había recorrido en un cargador a los 5 meses de nacido. Disfrutó el lugar como si lo hubiera reconocido, se volvió amigo inseparable de los perros perdigueros y recogió hasta la leña de cocinar con nosotros. El regreso lo hicimos a lomo de mulos, también como si los hubiera montado de siempre.
Hoy adora a los sapos, los majáes, los cocuyos, los alacranes, las arañas, las aves, los murciélagos, perros, gatos, aprecia el color de las mariposas. Se fija en la variedad de insectos que observa, nada en la naturaleza pasa desapercibido para él.
En fin, mi hijo nunca ha sido un impedimento en continuar mi vida de aventuras. Todo lo contrario, ha sido una nueva alegría compartir mis conocimientos con esta personita tan importante y ha sido todo un placer.
Quizás el que ambos padres seamos espeleólogos y pensemos muy parecido, ha facilitado las cosas, y reitero hay pocas expediciones que no hemos compartido con Diego. Las de extremo, como bajar el Hoyo de Morlotte o alguna de buceo que ya es tema de trabajo y entonces Raudel asume el rol de padre y madre cuando mamá está lejos monitoreando corales.
En fin, como dicen los juegos que los niños tienen en sus tables y móviles, “reto superado”, cuando llegan los hijos se puede seguir haciendo espeleología.

Yamile Luguera

Yamile Luguera

Especialista del Centro de Investigaciones Marinas (CIM) | Miembro Ordinario de la Sociedad Espeleológica de Cuba

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