El ascenso al Pico Turquino, 1974 m de altura es una experiencia que muchos intentan, y algunos no logran, una aventura difícil de olvidar; hay varias rutas para llegar y una vida entera para no olvidar un encuentro insólito y una increíble coincidencia.
Ascender por Granma y bajar por Santiago de Cuba, dicen muchas personas que es la vía más fácil y más bonita. Nosotros logramos insertarnos en una expedición ya planificada, que subió y bajó por Santiago el mismo día. No dejó de tener su encanto por eso, ¡Pero qué esfuerzo lleva!
El alojamiento previo fue en el campismo La Mula, donde por primera vez nos bañamos en una playa que a cambio de arena tenía cantos rodados por todas partes, el agua era cálida y muy agradable para relajar después del largo viaje Habana-Santiago de Cuba, en tren y lleno de tropiezos.
En el campismo coincidimos con otros grupos de personas que venían con el mismo objetivo: subir al Pico Turquino, camagüeyanos y santiagueros. De no ser por ellos, que nos ofrecieron compartir el mismo camión, de La Mula al campamento base, hubiéramos caminado de madrugada 11 km de más.
Ya en la base de la elevación más alta de Cuba, nos agruparon a todos bajo una estructura de madera y guano, para explicarnos que teníamos 6 horas para subir y 4 para bajar, todo un reto; no había campamento para hacer noche como antes. La tropa de subida, en total sumaba más de 50 personas, entre santiagueros, camagüeyanos y habaneros en su mayoría. Nos esperaba a todos 11 km bien empinados para recorrer en solo 6 horas.
Cada kilómetro estaba señalizado y era todo un alivio coincidir con estos pequeños cartelitos, que te demostraban que habías vencido un tramo más. La primera parada programada era a 3 km de la base, en la estación biológica La Majagua, ahí se podía cargar agua fresca y descansar por poco tiempo. También decidieron quedarse algunos y no continuar el empinado sendero.
Yo, sentí el agotamiento de mis músculos muy pronto, pero decidí continuar, me impulsaban Raudel, una vara larga y ligera y algo más allá que no lograba descifrar aún.
Ya desde esos escasos kilómetros recorridos se avistaban el Pico Cuba con 1864 metros de altura y el Pico Turquino con 1974, satinados por blancas nubes que los ocultaban a ratos. A partir de los 4 km cambia el entorno y el clima, este se vuelve más fresco y húmedo, las diferentes variedades de helechos comienzan a mostrar sus caprichosas formas, entre ellos los prehistóricos arborescentes, que siempre me han impresionado por su tamaño. Las vistas también se vuelven espectaculares, la vegetación de los caminos a veces te deja entrever parte de la costa, con su espumoso rompiente y todo el sistema montañoso de la Sierra Maestra que está por debajo de estos altos picos.
Las partes más inclinadas del camino tienen escalones excavados en el suelo y enmarcados por troncos naturales no muy gruesos. Esta cómoda recreación, no rompe con el entorno y facilita la caminata; por momentos el camino se hunde en la tierra, y es como si atravesáramos una breve caverna salpicada de helechos color esmeralda.
Ya arribando al kilómetro 7, los músculos de las piernas se vuelven tensos, las botas pesan más de lo normal, la vara se vuelve parte inseparable de tu cuerpo y el guía te recuerda constantemente que si a las 12:00 del día no has llegado al Pico Cuba debes comenzar el descenso desde donde estés, para evitar que te sorprenda la noche.
Pero el canto de los tocororos, las cartacubas, los arrieros, los zorzales y otras muchas aves que habitan este magnánimo lugar, te animan a continuar, además, la meta de llegar a la elevación más alta de nuestra bella isla, y ese algo más que aún no lograba comprender, impulsan a seguir adelante.
Ya en el kilómetro 8 está el Pico Cuba, con un ecosistema fascinante y un monumental busto de Frank País; el mismo fue llevado hasta el sitio en helicóptero. A esta altura el microclima propicia que la vegetación sea completamente diferente a lo que habíamos visto hasta ahora. Los helechos arborescentes forman casi un bosque y su talla es mucho mayor, también hay presencia de un árbol introducido, que es el ciprés. Estos semejan grandes pinos, de fuertes ramas, algunos cubiertos de una capa de limo verde claro, que también se extiende por el suelo, además resaltan en sus troncos curujeyes con hojas de color rojo intenso que casi parecen flores.

Casi camuflado, encontramos un pequeño manantial de agua tan fresca que al llenar los pomos, estos se cubrían de un fino rocío, debido a la baja temperatura del agua, parecían como acabados de sacar de una nevera. También nos cuentan que allí, las moras y las fresas crecen bien saludables, pero en otra época del año.
Ya en el km 10 nos invadió una alegría increíble, estábamos tan cerca de la cumbre, que el ánimo nos impulsó, pese al cansancio, que cada vez se hacía mayor. Cuando avistamos el busto de nuestro apóstol José Martí, la sensación fue increíble, por fin habíamos llegado justo a la recta final y en el tiempo establecido por los guías. Rápidamente desdoblamos la bandera cubana que habíamos subido hasta allí y nos hicimos varias fotos de grupo, colocando la cámara en un trípode para que no faltara uno solo en la fotografía. ¡Por fin habíamos alcanzado el Pico Turquino!
En la cima descansamos un rato para reponer fuerzas, merendamos algo energético, leímos algunas frases interesantes grabadas en carteles de madera y en la base del busto de Martí, subido hasta allí en 1953, año del centenario Martiano, por Celia Sánchez y su padre.
“Escasos como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación o de humanidad”, Martí.
“Has alcanzado no sin esfuerzos el Pico Turquino, escenario natural de nuestra historia. Sus 1974 m de altura lo convierten en la mayor elevación del país. Disfruta tu merecido descanso”.
Pero… casualmente cuando nos decidimos a bajar, nos percatamos que por el sendero que sube desde la provincia de Granma, se escuchaban voces. Y ahí viene la parte sorprendente de esta historia y ese no sé qué, que me impulsaba a continuar, además de la vara y Raudel. Para sorpresa nuestra era una tropa de espeleólogos de diferentes grupos y provincias que habían decidido también hacer esta expedición en el mismo momento que nosotros.
Había integrantes de los grupos Cayo Barién, Hatuey y Maguararaya, de Villa Clara, y Carlos de la Torre de Matanzas, según nos dijeron la subida de ellos se debía a una conmemoración más del natalicio de Antonio Núñez Jiménez, el 20 de abril; rápidamente nos abrazamos con alegría, nos hicimos fotos frente al busto de Martí y prometimos que la próxima vez subiríamos nosotros por el sendero de Granma para repetir esta inigualable experiencia por otro lugar y con la misma gente, Humberto Vela, Adalberto Vallejo, Martín, Tomas Michel, Fily y otros. Es realmente muy inusual, subir por lugares diferentes y coincidir en un espacio tan remoto, a tanta altura, a la misma hora, del mismo día y sin ponernos de acuerdo, esto jamás ha vuelto a suceder.

Retomamos nuevamente los 11 km que nos esperaban, esta vez cuesta abajo; al principio fue muy fácil, pero un rato después, las piernas comenzaron a sentirse el esfuerzo de frenar en los senderos más inclinados. Una vez más la fina vara cumplió una función fundamental, a mí me sirvió en todo momento, de impulso para subir y de apoyo para bajar, cuando ya mis piernas no daban para más.
¡Por fin!, sentados nuevamente en el camión, camino a nuestro sitio de alojamiento, llevábamos de vuelta un inmenso cansancio y la satisfacción de haber cumplido nuestro objetivo inicial. Al día siguiente no había un solo músculo de mis piernas que no doliera, bajar el contén de una acera provocaba dolor y llevaba un gran esfuerzo.
Hubo otra cosa que me llamó la atención en los alrededores del campismo La Mula. En sitios cercanos al mar y dispersos, existen pequeños cementerios que no ocupan grandes áreas. Nos explicaron que la mayoría de estos pueblos costeros, antes no tenían carreteras y el único medio de transportación era por barco. Por eso, cuando alguien se enfermaba o tenía un dolor, su familia lo traía hasta la costa con la esperanza de que algún navío lo recogiera y lo llevara hasta un hospital. Esto no siempre funcionaba y muchas personas morían allí, y eran enterrados en ese mismo lugar. Así se construyeron la mayoría de estos asentamientos mortuorios para enterrar a esas personas, y aún siguen allí.
También muy cercano se encuentra un eslabón de nuestra historia marinera; a solo 30 m de distancia de la costa y a 8 m de profundidad, está hundido el barco nombrado Cristóbal Colón, perteneciente a la Flota del Almirante Pascual Cervera (1839 – 1909).
Por lo demás, las vistas costeras son fascinantes, con presencia de cuevas marinas, donde contrastan, el gris de las escasas zonas de playas de arenas, con los cantos rodados que cubren las orillas, el azul intenso del mar y el verde de la vegetación que cubre las montañas.
Terminamos esta aventura con una caminata por la hermosa ciudad de Santiago de Cuba, hicimos fotos a la Catedral, el Cuartel Moncada, la Plaza de Marte, la Casa de la Trova, La Maqueta, la Plaza Céspedes, la calle Padre Pico, la arquitectura colonial muy bien conservada y a otros sitios que nos parecieron interesantes.

Solo nos restaba nuevamente un largo viaje en tren, esta vez Santiago de Cuba- La Habana; nos devolvíamos a la capital aun saboreando el placer de una aventura como esta y además una coincidencia tan poco común, que nos brindó el placer de un encuentro de altura con un maravilloso grupo de colegas espeleólogos.