
VARADERO OLEAJE INTERNO
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Pedro Luis Hernández Pérez

Valorad el progreso en Varadero, apoyado por el arte popular. Representa un esfuerzo verdadero, ante tanta belleza natural demás está decir cuánto ha logrado, el trabajo fecundo y creador recordando el tiempo que ha pasado, ofrendamos al presente, una flor.
“Acróstico”, José Calderón Sánchez, Varadero, 1999
Varadero es más que veintidós kilómetros de playas, con una arena singular, tonalidades de aguas cálidas y limpias, sol maravilloso, o el punto más cercano de Cuba a los Estados Unidos; es también, historia, cultura y naturaleza, complementado por un pueblo de pescadores y laboriosos habitantes.
Estudios realizados por Manuel Rivero de la Calle y Mario O. Pariente, en cueva de Ambrosio en 1961 dieron a la luz, sitios de asentamientos preagroalfareros, con dibujos de arte rupestre en sus paredes.

Años después, el Equipo de Arqueología Provincial de Matanzas, en la misma espelunca, localizaron nuevos motivos en las paredes y localizaron un nuevo sitio arqueológico, cueva Musulmanes, cercana a esta última, con evidencias de “ocupación” y presencia también, de arte rupestre.
Estos descubrimientos colocaron a la península de Hicacos en la historia remota que se tiene más de 6 000 años, desde que llegaron los primeros aborígenes preagroalfareros a la actual localidad de Matanzas.
Los originarios dejaron a sus muertos en la solapa de los Musulmanes, que habitaron en el lugar entre los 500 años A.P y los 500 primeros, del presente. El nombre de la cavidad se debe a la presencia en el siglo XIX de contrabandistas, cuyo nombre real era los Musimanes y por corrupción devino, en el topónimo actual.

En el museo de Varadero están los restos de unos de esos aborígenes que, estudiado por el espeleólogo, expresidente de la Sociedad Espeleológica de Cuba, médico forense, antropólogo físico, así como historiador de Matanzas, el Dr. Ercilio Vento Canosa ha referido que perteneció a un hombre entre 25 y 35 años de edad enfermo de anemia y sífilis.
En dicha cavidad se encontraron restos de unos de los perezosos como el Megalocnus rodens que pudo ser parte de la dieta aborigen. Por su parte cueva de Ambrosio, posee 74 motivos de arte rupestre. Ambas espeluncas se encuentran dentro del Paisaje Natural Protegido (PNP) Varahicacos, y esta última espelunca es Monumento Local.

Durante cinco siglos, la producción de sal, en un punto costero, ubicado al centro-norte de la Península, conocido como “La Salina”, fue importante actividad laboral. Las condiciones excepcionales de la playa y el clima, atrajeron a quienes crearon oportunidades al desarrollo regional.
El despegue económico puede ubicarse, a partir del mes de junio de 1883, cuando diez familias de Cárdenas, “Los Decenviros”, se unieron para mejorar el caserío local; por esa acción, el 7 de mayo de 1887, Joaquín de Rojas, pide permiso para fundar el pueblo de Varadero.
Su auge turístico enrumba, con viento favorable, a partir de 1930 y crece con rapidez entre 1940-1950, cuando se convierte en el escenario preferido de la burguesía cubana y visitantes norteamericanos, ya lo había impulsado Franklin Delano Roosevelt cuando expresó: “Varadero es la playa ideal para el turismo”. Con la Revolución, se acelera su desarrollo y hoy cuenta con más de 60 hoteles y una estructura excelente de servicio turístico, para el disfrute total.
Con estas informaciones, viajo en el mes de junio a Varadero, para conocer un poco a su gente, al hombre de a pie. Arribo al mediodía al otrora “Parque de las Ocho Mil Taquillas”, construido en 1959, hoy centro comercial. En un punto de venta, en moneda nacional, con menos de dos pesos convertibles (CUC), degusto una típica comida cubana: congrí, ensalada, bistec o chuleta de cerdo, vianda y refresco de tamarindo.
Un comensal habitual, en short, camiseta y chancletas de baño, conversa con el dependiente: — Está floja la venta— claro, si los artesanos no venden, no pueden gastar, responde el aludido. Con ellos me informo que es un mes de baja turística internacional e inicio del arribo de vacacionistas nacionales. El centro urbano de Varadero es muy tranquilo y agradable, apenas, alguna que otra pareja de turistas, caminan curiosos por sus calles.
Varadero es una oportunidad y a su vez un reto para los 18 000 habitantes permanentes, porque ese potencial económico, devenido del turismo, cada día se divide más, si se tiene en cuenta, que, a esa población local, se suman unas 24 000 personas flotantes, muchas de ellas, en busca de mejorar su nivel de vida.

Conversando con Teresa Quián Núñez, cuyo primer apellido proviene de una de las familias fundadoras de Varadero, conozco que los habitantes mejor posicionados, son aquellos vinculados al turismo: hoteleros, gastronómicos, mantenimientos y constructores, transportistas, directivos, artistas, creadores, orden público, cuentapropistas…
Pero, también existe un sector más desfavorecido, en un territorio caro, en comparación con el resto del país, dada sus propias relaciones económico-productivas: entre ellos se encuentra personas de la tercera edad retirados, pescadores, domésticos, jardineros, recogedores de materia prima y desempleados temporales o permanentes, para ellos, el día a día es más difícil y son de preocupación y reto para el Estado.
Ella me describe personajes, quienes alegran los días de bailes y fiestas de Varadero, como las Serenatas y la conga del entierro de “Mamerto Tiempo Muerto”. Algunos de ellos ya no están: Victorino García (El Violinista), Canica (El Panadero), Zarzamora (El Negro), Pata Fina, Cara de Vieja y Saturnino (El Curro)…

Me recuerda a un amigo y de las figuras más singulares que tuvo la localidad, el fotógrafo Carlos E. Vega Fernández (Carlucho), figura quijotesca, revitalizado en la vida, por la espiritualidad nacida de navegar en una extensa obra, ganada desde el autodidactismo, devenido en la perfección técnica y la singular sensibilidad de ver lo hermoso en todas las cosas; fotógrafos conceptualistas y social con exposiciones que recorrió el mundo Cuba, España, Italia, Canadá e Inglaterra…
También a un hombre como Eduardo Calderón Machado, que con sus manos convierte en belleza y amor la más diminuta concha. Su taller es santuario de la artesanía. Heredero de las habilidades de su abuela, Paula Sánchez, quien en 1928 emigró de Agramonte hacia Varadero y descubrió el arte de hacer exclusivos collares.
El padre de Eduardo, artesano y poeta, José Calderón Sánchez, aprendió el oficio de ella y luego le trasmitió los secretos a su hijo. Con conchas, arrojadas por el oleaje, Eduardo, convierte en imágenes de ensueño, creaciones que superan los caprichos del más exigente cliente, muñecas, joyeros, monstruos, jardines, simpáticas y candorosas mulatas y negras vendedoras, músicos… en fin, un mundo exclusivo.

Otros muchos exponentes de Varadero quedan por mencionar, pero era hora de retornar, había conocido a algunos de los secretos mejor guardados de la historia y a cultura de Varadero, de esos hombres pilares, sobre los que se sustenta los atractivos culturales de un pueblo escoltado por hoteles y rodeados de un hermoso oleaje interno.
- Pedro Luis Hernández Pérez
- November 11, 2020
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